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miércoles, 10 de septiembre de 2014

El Arbol




EL árbol

“Alabad el árbol que desde la carroña sube jubiloso hacia el cielo.”

Bertolt Brecht

“Todo sacerdote sabe que el mejor dios es aquél que no responde”

Magnus Belfort


Desde hace diez mil años, mi tribu rinde sacrificios al sagrado árbol “Ellennhor”. Es único, no hay otro como él. 

Si subiéramos cien hombres uno arriba del otro no alcanzaríamos su copa, y se necesitan más de cincuenta  hombres para rodearlo. Sus flores son violetas y blancas, con un perfume que atrae miles de colibríes y millones de insectos. Sus hojas son verdes como esmeraldas profundas en primavera, en verano viran a un color violáceo, mientras que en el otoño e invierno las hojas son naranjas y amarillas. Hojas que nunca caen, inmunes a cualquier enfermedad.  

Su fruto es azul metálico,  no es comestible para el humano directamente,  pero si es posible fermentarlo y obtener un elixir que alarga la vida y permite a los sacerdotes viajar a la tierra de los dioses.

Hemos explorado la profundidad de la selva, el bosque y los valles profundos. Muchos, muchos días de viaje, por tierras inexploradas. Nunca hemos encontrado otro.

Ellennhor se  levanta majestuoso, inmenso, solitario, cercano al lago azul acero. El lago frio como el diamante.

Una vez al año, sacrificamos a un niño de menos de un año, un escogido, y lo sepultamos cerca de “Ellennhor”.

Solo así estamos seguros, del beneficio del dios, solo así podemos tomar sus frutos. Entregamos lo más preciado, para recibir lo más preciado. Con el cálido zumo del fruto azul, preparamos el elixir  sagrado, que permite al sacerdote hablar con los dioses, ver el futuro y brindar al rey y al pueblo una larga vida sin enfermedades.

Diez mil años hemos hecho el sacrificio, y una vez más lo haremos. La procesión se acerca, al sagrado terreno. El sacerdote lee los signos del árbol, la rama que oscurece el sol, la niebla alta en la copa montañosa, el canto doloroso del majú, ave guardiana. El sacrificio espera. El niño muere sin dolor, sedado. Lágrimas caen del rostro de la madre.

Ese año no hay casi frutos, nuestro pueblo está destrozado.

Las hojas, perfectas e inmortales, caen, con un color enfermizo.

El rey y los sacerdotes, miran lo que nunca fue.

El árbol pierde todas sus hojas, no hubo flores, no habrá frutos.

Algunas de sus ramas se retuercen, otras caen con estrépito. Todo se descompone con asombrosa rapidez. La corteza, se vuelve, negra, rojiza. De lo que era un árbol alto como una colina, no queda nada en poco tiempo solo un muñón.
 
El pueblo llora desconsolado, el rey ordena mil sacrificios, para revivir al sagrado árbol.
 Para nuestro pueblo es el fin del mundo. Perdemos a nuestro dios, perdemos a nuestros hijos.

La procesión en silencio avanza, mil niños escogidos. Los llantos de las madres son irrefrenables. El rey coronado de oro, los sacerdotes de plata, los guerreros de bronce. El comerciante vestido de cobre, el herrero de negro como el carbón y el hierro, los agricultores de madera y piedra. Los niños de blanco.

En el momento del sacrificio, algo ocurre, la corteza de los restos del árbol se abre como una cáscara que se quiebra. Lentamente aparece una mujer alta como una reina, no bella, diferente. Sus ojos no son humanos, son de color verde pero tienen fuego. Su pelo color oro naranja, su piel es como una corteza de color claro, pero flexible y fina.
Una voz se escuchó en medio del silencio, un mandato.

-NO- Dijo la mujer que había surgido de las entrañas de Ellennhor-. No sacrifiquéis más niños en mi nombre, Detened esta atrocidad. He debido convertirme en uno de ustedes para que me entendáis. No más sacrificios, no más muerte, no más matar a lo más amado.
Miles de años llevo tratando de decirles que terminen con esta insensatez, con esta locura. Pero vosotros no escucháis, no veis, no entendéis. Sois un pueblo bárbaro y criminal.
¿No escuchabais acaso el susurro del viento entre mis ramas? ¿El vuelo de las aves en mi copa? ¿El miedo de los animales? ¿No escuchabais al sagrado Majú? Todo lo interpretáis mal, vuestra codicia, vuestra miedo os ciega.

-Sufro terriblemente en esta forma, esta forma animal- Continúo la mujer-. Ahora puedo pensar, sentir y ver, como ustedes, pero no os entiendo, jamás podré hacerlo. En mi forma árbol, no veo, pero todo es brillante, el sol me llena y me ilumina, soy luz en cierta forma, como animal soy oscuridad. Como árbol no pienso, pero siento con todo mí ser. Sois tan diferentes.

El gran sacerdote, miraba con una mezcla de sentimientos esta nueva corporización de su dios…un dios que afirmaba que los sacerdotes cometían errores y no interpretaban a los dioses correctamente. Un dios demasiado peligroso, demasiado vivo. Eso tendría fácil solución, pero antes debía tratar de averiguar donde hay más arboles “Ellenhor”. Debería de haber más, nada es único.

-Sagrada Ellennhor- Dijo el sacerdote, venciendo la repugnancia de dirigirse a esta aberración, en la que se había convertido su dios.  Qué haremos, no tendremos más frutos, no podremos preparar el sagrado elixir que alarga la vida y abre las puertas del cielo. Donde podremos encontrar más arboles como el que tú eras antes.

-Sacerdote, tu mente es transparente- Respondió Ellenhor-. Leo tus pensamientos, toma tu cuchillo ritual y aquí mismo y ahora, córtame el cuello, no soporto más esta forma. Esta forma que he tomado de la tierra infestada de muerte. Pero no tuve otra opción.

Entierra mi cuerpo aquí mismo- Dijo la mujer-árbol, señalando el terreno bajo sus pies-. En un año, creceré y tendréis vuestro fruto. Una cosecha como nunca habréis visto, valdrá por diez cosechas normales. Pero no más sacrificios, no más muerte. Si hacéis un solo sacrificio humano más, no volveréis a tener frutos, no volveréis a preparar vuestra bebida.

Vuestro sacrificio será plantar la semilla de mis frutos, luego de estacionarla diez años, cada cien años encontraréis una semilla que comenzará a germinar. En mil años, tal vez un hijo mío sobreviva. Pero una vez que comience a crecer, crecerá rápido.

Vuestro sacrificio, será paciencia,  será tiempo, será vida.

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