EL árbol
“Alabad el árbol que desde la carroña sube jubiloso hacia el cielo.”
Bertolt Brecht
“Todo sacerdote sabe que el mejor dios es
aquél que no responde”
Magnus Belfort
Desde hace diez mil años, mi tribu rinde sacrificios al sagrado árbol “Ellennhor”.
Es único, no hay otro como él.
Si subiéramos cien hombres uno arriba del otro no alcanzaríamos su copa, y se necesitan más de cincuenta hombres para rodearlo. Sus flores son violetas y blancas, con un perfume que atrae miles de colibríes y millones de insectos. Sus hojas son verdes como esmeraldas profundas en primavera, en verano viran a un color violáceo, mientras que en el otoño e invierno las hojas son naranjas y amarillas. Hojas que nunca caen, inmunes a cualquier enfermedad.
Su fruto es azul metálico, no es comestible para el humano directamente, pero si es posible fermentarlo y obtener un elixir que alarga la vida y permite a los sacerdotes viajar a la tierra de los dioses.
Si subiéramos cien hombres uno arriba del otro no alcanzaríamos su copa, y se necesitan más de cincuenta hombres para rodearlo. Sus flores son violetas y blancas, con un perfume que atrae miles de colibríes y millones de insectos. Sus hojas son verdes como esmeraldas profundas en primavera, en verano viran a un color violáceo, mientras que en el otoño e invierno las hojas son naranjas y amarillas. Hojas que nunca caen, inmunes a cualquier enfermedad.
Su fruto es azul metálico, no es comestible para el humano directamente, pero si es posible fermentarlo y obtener un elixir que alarga la vida y permite a los sacerdotes viajar a la tierra de los dioses.
Hemos explorado la profundidad de la selva, el bosque y los valles
profundos. Muchos, muchos días de viaje, por tierras inexploradas. Nunca hemos
encontrado otro.
Ellennhor se levanta majestuoso,
inmenso, solitario, cercano al lago azul acero. El lago frio como el diamante.
Una vez al año, sacrificamos a un niño de menos de un año, un escogido, y
lo sepultamos cerca de “Ellennhor”.
Solo así estamos seguros, del beneficio del dios, solo así podemos tomar
sus frutos. Entregamos lo más preciado, para recibir lo más preciado. Con el
cálido zumo del fruto azul, preparamos el elixir sagrado, que permite al sacerdote hablar con
los dioses, ver el futuro y brindar al rey y al pueblo una larga vida sin
enfermedades.
Diez mil años hemos hecho el sacrificio, y una vez más lo haremos. La
procesión se acerca, al sagrado terreno. El sacerdote lee los signos del árbol,
la rama que oscurece el sol, la niebla alta en la copa montañosa, el canto
doloroso del majú, ave guardiana. El sacrificio espera. El niño muere sin
dolor, sedado. Lágrimas caen del rostro de la madre.
Ese año no hay casi frutos, nuestro pueblo está destrozado.
Las hojas, perfectas e inmortales, caen, con un color enfermizo.
El rey y los sacerdotes, miran lo que nunca fue.
El árbol pierde todas sus hojas, no hubo flores, no habrá frutos.
Algunas de sus ramas se retuercen, otras caen con estrépito. Todo se
descompone con asombrosa rapidez. La corteza, se vuelve, negra, rojiza. De lo que era un árbol alto como
una colina, no queda nada en poco tiempo solo un muñón.
El pueblo llora desconsolado, el rey ordena mil sacrificios, para
revivir al sagrado árbol.
Para nuestro pueblo es el fin del
mundo. Perdemos a nuestro dios, perdemos a nuestros hijos.
La procesión en silencio avanza, mil niños escogidos. Los llantos de las
madres son irrefrenables. El rey coronado de oro, los sacerdotes de plata, los
guerreros de bronce. El comerciante vestido de cobre, el herrero de negro como el
carbón y el hierro, los agricultores de madera y piedra. Los niños de blanco.
En el momento del sacrificio, algo ocurre, la corteza de los restos del
árbol se abre como una cáscara que se quiebra. Lentamente aparece una mujer alta
como una reina, no bella, diferente. Sus ojos no son humanos, son de color
verde pero tienen fuego. Su pelo color oro naranja, su piel es como una corteza
de color claro, pero flexible y fina.
Una voz se escuchó en medio del silencio, un mandato.
-NO- Dijo la mujer que había surgido de las entrañas de Ellennhor-. No sacrifiquéis más niños en mi nombre, Detened esta atrocidad. He
debido convertirme en uno de ustedes para que me entendáis. No más sacrificios,
no más muerte, no más matar a lo más amado.
Miles de años llevo tratando de decirles que terminen con esta
insensatez, con esta locura. Pero vosotros no escucháis, no veis, no entendéis.
Sois un pueblo bárbaro y criminal.
¿No escuchabais acaso el susurro del viento entre mis ramas? ¿El vuelo
de las aves en mi copa? ¿El miedo de los animales? ¿No escuchabais al sagrado
Majú? Todo lo interpretáis mal, vuestra codicia, vuestra miedo os ciega.
El gran sacerdote, miraba con una mezcla de sentimientos esta nueva
corporización de su dios…un dios que afirmaba que los sacerdotes cometían
errores y no interpretaban a los dioses correctamente. Un dios demasiado
peligroso, demasiado vivo. Eso tendría fácil solución, pero antes debía tratar
de averiguar donde hay más arboles “Ellenhor”. Debería de haber más, nada es
único.
-Sagrada Ellennhor- Dijo el sacerdote, venciendo la repugnancia de dirigirse
a esta aberración, en la que se había convertido su dios. Qué haremos, no tendremos más frutos, no podremos
preparar el sagrado elixir que alarga la vida y abre las puertas del cielo.
Donde podremos encontrar más arboles como el que tú eras antes.
-Sacerdote, tu mente es transparente- Respondió Ellenhor-. Leo tus
pensamientos, toma tu cuchillo ritual y aquí mismo y ahora, córtame el cuello,
no soporto más esta forma. Esta forma que he tomado de la tierra infestada de
muerte. Pero no tuve otra opción.
Entierra mi cuerpo aquí mismo- Dijo la mujer-árbol, señalando el terreno
bajo sus pies-. En un año, creceré y tendréis vuestro fruto. Una cosecha como
nunca habréis visto, valdrá por diez cosechas normales. Pero no más sacrificios,
no más muerte. Si hacéis un solo sacrificio humano más, no volveréis a tener frutos,
no volveréis a preparar vuestra bebida.
Vuestro sacrificio será plantar la semilla de mis frutos, luego de
estacionarla diez años, cada cien años encontraréis una semilla que comenzará a
germinar. En mil años, tal vez un hijo mío sobreviva. Pero una vez que comience
a crecer, crecerá rápido.
Vuestro sacrificio, será paciencia,
será tiempo, será vida.
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