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sábado, 13 de septiembre de 2014

El Experimento Fractal



EL Experimento Fractal

 “Siempre he concedido gran importancia a la forma en que se diseña y se realiza un experimento... El experimento debería diseñarse para abrir tantas ventanas como sea posible a lo imprevisto”.

Frédéric Joliot-Curie

Federico Subber, trabajó durante 30 años en los laboratorios, Montpellier. Siempre enfrascado en sus experimentos, probando nuevas drogas o modificando el genoma de sus amadas ratas. Nadie lo molestaba, no tenía amigos.

El laboratorio le proveía todo lo que necesitaba, gracias a las investigaciones de Subber,  habían desarrollado cientos de patentes y ganado miles de millones de dólares.

Subber murió como vivió, en soledad, nadie lo lloró. Su laboratorio quedó vacío, envuelto en un silencio estéril.

Alguien tenía que hacerse cargo de continuar sus múltiples líneas de investigación. Esa tarea me fue encomendada por el directorio.

Mi nombre es Carlos Velar, y maldigo el día que pisé el laboratorio de Subber. Cuando entré inmediatamente llamó mi atención, el gran número de cepas de ratas. Era evidente que Subber, había modificado genéticamente un gran número de animales. Comencé a leer sus cuadernos, el trabajo era monumental.

 Subber había modificado cuantitativamente la expresión de numerosos genes, especialmente aquellos vinculados con el desarrollo del sistema nervioso,  el neocortex, centros de la memoria y circuitos relacionados con el placer y las emociones más primitivas como el miedo.

Algunas cepas se arrastraban, por sus jaulas, apenas si podían moverse y comer, otras corrían a impresionante velocidad en sus ruedas, horas y horas sin fatigarse.
La cepa “NKUAD-101” era muy inteligente, extremadamente inteligente, para resolver laberintos y problemas de memoria. Subber, había aumentado su memoria, potenciado su hipocampo haciéndolo más complejo, el número de receptores y la secreción de neurotransmisores estaban aumentados. Inclusive la masa cerebral había crecido, y las circunvoluciones cerebrales eran más complejas y profundas.
Pero por impresionante que fuera la cepa “NKUAD-101”, me llamo la atención, la denominación de otra cepa. Subber había escrito de su propia mano, “NKUAD-sapiens?”.

¿Subber había denominado a esta cepa de ratas “sapiens?” ¿Con un signo de interrogación? ¿Sospechaba acaso que estas ratas eran conscientes?
 
No parecían animales muy inteligentes. Vivían en una jaula especial, una especie de experimento social. Aparentemente Subber les estaba construyendo un hábitat muy complejo. En cuanto comencé a observarlas, interrumpieron su comportamiento. Eso me llamó poderosamente la atención. Algunas me miraban o parecían mirarme a través del vidrio, eso me molestó profundamente, no sé por qué. Al otro día comencé a modificar el hábitat de las ratas “NKUAD-sapiens?”, no quería que se dieran cuenta cuando yo las observaba.

Coloqué material reflectante, como en una cámara Gesell. Yo podía observarlas todo el tiempo y ellas no darse en cuenta, al menos en teoría, ya que cada vez que me detenía a observarlas, las ratas se paraban, olisqueaban el aire, movían  sus bigotes y miraban en mi dirección con sus ojos sin vida, totalmente rojos.

No me di por vencido, sellé el hábitat, les di aire filtrado, coloqué amortiguadores de ruido y de vibraciones. Finalmente coloque cámaras y empecé a grabar el comportamiento de las ratas, las 24 horas del día.
Fue extraordinario, las ratas bloqueaban el campo de visión de las cámaras con objetos del hábitat o inclusive con sus heces. Era muy difícil observar lo que hacían, mi observación era muy, muy fragmentaria, apenas podía obtener  algo de información.

A pesar de todas mis precauciones las ratas me eludían, se adelantaban a mis métodos y diseños de investigación. Me era casi imposible saber lo que ocurría en el hábitat. Sin embargo dos cosas pude observar, estaban desarrollando un lenguaje, sus gritos modulados cambiaban haciéndose cada vez más complejos.

Una noche, a pesar del aislamiento, me pareció escuchar un ruido, sordo, repetitivo, cambiante, luego un grito, casi una voz, transmitía tanto dolor. Cuando me acerqué a ver lo que las cámaras apenas lograban capturar, me quedé petrificado, las ratas estaban enterrando a uno de los suyos, la posición los objetos que habían colocado, el canto fúnebre. Fue solo un segundo, luego como siempre todas se pararon en dos patas y me miraron directamente a través de la cámara. Tuve vergüenza, me sentí un extraño, un intruso, un invasor de algo tan privado y sagrado.

A medida que pasaba más tiempo con las ratas, me alejaba de la gente que conocía y pasaba más y más horas en el laboratorio, tenía pesadillas y me sentía muy agitado.
 Empecé a sentirme observado, aunque estuviera solo en mi habitación. Rehuía de los espejos, cortinas y cámaras de seguridad. Inclusive dejé de salir a caminar. El cielo me parecía pavoroso, me sentía en un mundo artificial, que todo el cielo era falso, me acordé inmediatamente del cuadro de Magritte “El universo desenmascarado”. EL velo había caído.

El universo, estaba seguro, era artificial, Dios lo había dejado incompleto, inacabado. Nosotros solo éramos otro juguete más, un juguete olvidado.  Lo habíamos entretenido un tiempo, luego, probablemente aburrido nos había descartado o tal vez simplemente había encontrado o diseñado algo nuevo, mejor.

Como buenos hijos, seguimos el diseño del padre y nos dedicamos a hacer nuestros propios experimentos. Qué cruel ironía, qué universo secreto, dantesco. Dejé el dormitorio donde me había refugiado los últimos días y corrí al laboratorio determinado a volver a la normalidad a recuperar mi cordura, si era posible. Tal vez destruiría el hábitat y sacrificaría a las ratas, pero sabía que no podría hacerlo. En lugar de eso decidí empezar un nuevo experimento.

En el laboratorio, tomé una de las ratas “NUKAD-sapiens?”, y la coloqué en un laberinto tridimensional.  Este laberinto era prácticamente imposible para las inteligentes “NKUAD101”, no podían resolverlo a pesar de intentarlo múltiples veces.
La rata “NKUAD-sapiens?” me miraba fijamente, se paró en dos patas y no hacía nada, sólo observarme. Traté de incentivarla con más comida y con otros estímulos, sin resultado. Empecé a perder la paciencia, y mi miedos retornaron. Traté de contenerme, me sentía tan solo tan desesperado, lloré amargamente.

La rata me observaba, y cuando me vio llorar, ladeaba la cabeza. Finalmente se coloco en 4 patas, y rápidamente terminó el imposible laberinto. Tomo con sus manos, el queso que yo había depositado al final del camino, se levantó en dos patas y con un grito me lo ofreció.

Entonces comprendí la dimensión de mi error, no había sido desinterés, ni aburrimiento, ni desidia.  Así como la muerte había sorprendido a Federico Subber, lo mismo debe haber ocurrido con el experimento humano.

El ser que llamamos “Dios”, increíblemente avanzado y de una inteligencia superior, pero finalmente impotente contra la muerte y el paso del tiempo, debió morir, dejando inconcluso su trabajo. Estábamos huérfanos igual que las ratas.

Universo dentro de universos, experimento dentro de experimentos, otro universo inacabado, incompleto y revelado.

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