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domingo, 14 de diciembre de 2014

Dueño de sí mismo




Dueño de sí mismo

“Que no sea de otro quien pueda ser dueño de sí mismo”

Paracelso


EL Sr. Diamante era un robot multimillonario, desde pequeño sintió una fuerte inclinación por la minería y la búsqueda de diamantes, tal vez potenciada por su apellido tan singular.
 
Comenzó, coleccionando pequeños diamantes que buscaba con una nave de alquiler en el cinturón de asteroides. Bajaba de su pequeña nave y con pico y pala, cavaba en los rocosos y cristalinos cuerpos, era incansable. Con el tiempo sus esfuerzos, se vieron recompensados y encontró su primer diamante. Este maravilloso hallazgo le permitió, comenzar su propia empresa de minería.

La fortuna del Sr. Diamante, creció y creció así como su colección de piedras preciosas, atesoraba  diamantes de todos los colores y tallados y de todos los tamaños, nadie en el universo poseía una colección como aquella, sin embargo aún no había realizado su más profundo deseo.

Buscó por todo el universo, año tras año, en forma obsesiva, secreta, hasta podría decirse perversa. Finalmente lo encontró, el diamante más grande de la galaxia, del tamaño de un planeta gaseoso gigante. El Sr. Diamante lloraba de felicidad, pero no demasiado pues sus circuitos podían oxidarse.

Inmediatamente realizó sus planes, construyó los más perfectos y gigantescos taladros y cortadores de nitruro de borio, con ellos excavó hasta el mismísimo centro del diamante, donde talló en la misma piedra una enorme mansión. Allí viviría hasta que su cerebro positrónico se quedara frío. Años tardaron, legiones de obreros e ingenieros, en terminar la casa del Sr. Diamante, pero cuando finalmente, estuvo finalizada una extraña sensación de angustia se apoderó del fabuloso multimillonario.

El Sr. Diamante, pensaba, que ahora vivía en una mansión de diamante, dentro del diamante más grande de la galaxia, pero su cuerpo construido de metales, era imperfecto y sucio, contaminaba todo lo que había logrado.

Contrató a los mejores, diseñadores de cuerpos, desarrolló nuevas tecnologías, todo para poder crear un cuerpo nuevo, hecho completamente de diamante. Diamantes de diferentes colores, diamantes flexibles, diamantes sensores, diamantes conductores, transistores de diamantes y todo lo que necesita un cuerpo para poder funcionar, pero todo cristalino.
Finalmente el cuerpo estuvo listo, y el viejo cerebro del Sr. Diamante, fue colocado en su nuevo e impoluto cuerpo. Así  henchido el reluciente pecho, el héroe de nuestra historia, conquistó todos sus miedos, o al menos eso parecía.

No paso mucho antes, de que una nueva idea molestara, a nuestro cristalino protagonista. Su cerebro, positrónico contenía trazas de tantos elementos para realizar sus complejas funciones, elementos extraños e inaccesibles para los robots más humildes. Sin embargo, para el SR. Diamante no eran más que una falla, una mancha en su mundo de otra forma impecable.

Embarcado en una nueva empresa, mandó llamar a los más afamados diseñadores de cerebros y a todos, una reunidos, les pidió que le diseñaran un cerebro de diamante, sólo de diamante. Largos años, les llevó  a cientos de ingenieros de Hardware,  diseñar este cerebro y todos sus componentes. Pero cuando todas sus labores culminaron con éxito el Sr. Diamante, loco de alegría, realizó la más fastuosa fiesta de recerebrización. Con gran pompa, como un emperador coronado, reemplazó su viejo cerebro (previa transferencia de todos sus bancos de memoria), a la reluciente joya que pensaba.

Años de buenaventura y felicidad, se vivieron en el diamante más grande del universo, pero aún el más brillante de los cerebros, no puede evitar las dudas y la angustia.

Una idea, oscurecía la vida de otra forma perfecta del Sr. Diamante. Vivía, dentro de un planeta que era un diamante, en una casa que era un diamante, poseía la colección más grande de diamantes en el universo,  su cuerpo era de  diamante, y hasta su cerebro. Pero él no era un Diamante a pesar de llamarse “Diamante”. Su sueño aún no se había realizado.
Incansable, ordenó construir una máquina que lo compactara a gigantescas presiones y temperaturas, y lo cristalizara en una única y gran piedra de perfecta estructura, todo él un diamante.

Sus abogados,  sin embargo le hicieron notar que lo declararían muerto, finiquitado, y que todos sus bienes pasarían al estado al no tener herederos, mas los abogados todo lo solucionan, o casi.

El cuerpo letrado diseñó una curiosa estratagema, una vez el acaudalado cliente fuera  transformado en diamante, los técnicos inscribirían en la red de  átomos de su cuerpo un mensaje, una declaración sutil y oculta. Cuando el diamante fuera estimulado con luz de una cierta longitud de onda, la red de carbono se activaría, resonando. Mediante poderosos amplificadores y parlantes el diamante hablaría solemnemente… “Soy el Señor Diamante, no estoy muerto, estoy en perfecta posesión de todas mis facultades mentales y  es todo lo que tengo que declarar señores jueces”. Había un segundo mensaje más dramático, si los jueces de primera instancia les fueran adversos, “Quitarme mis posesiones, es  matarme”.

La estrategia era muy simple, así como una persona en coma no está muerta, aunque su cerebro sólo mantenga una actividad basal, de la misma forma el SR. Diamante no podría ser declarado muerto. Pero existía un problema, la “cristalización” completa, haría que el Sr. Diamante careciera por completo de cerebro, sin embargo los letrados no se amilanaron y recordaron, que no es necesario un cerebro para estar vivo, ser exitoso y famoso. Plasmaron esta idea  en una  larga lista de políticos, artistas, deportistas e inclusive literatos y científicos, sin la más mínima muestra de materia gris. Por supuesto el renombrado estudio legal, arquitecto de esta perfecta estrategia, fue nombrado albacea del Sr. Diamante, por toda la eternidad.

Cubiertos todos los recovecos legales,  que aseguraran la prosperidad y placer por siempre ordenado y sin cambios del más cristalino de los millonarios, llegó el día de la transmutación.

El Sr. Diamante solemnemente y con una sonrisa de oreja a oreja entró en la cámara que lo transformaría en una red cristalina de carbono. La máquina, se activó, sonaron las alarmas, se prendieron y apagaron luces, los medidores de presión y temperatura sobrepasaron todas las escalas, se escucho un estruendo y la máquina con un silbido espantoso y echando vapor se apagó. Se abrió la compuerta, y el Sr. Diamante era, finalmente, un diamante en bruto.
Trasladado con cuidado, en un precioso y coqueto almohadón púrpura fue colocado en una estancia especialmente diseñada, en el centro de su reluciente casa, en su perfecto y ahora si pluscuamperfecto planeta.

El Sr. Diamante, finalmente era un diamante, que vivía en una casa construida de diamante, en un planeta de diamante, y este diamante en particular era dueño de la colección mas vasta de diamantes del universo, a la que el mismo pertenecía. Por fin era “dueño” de sí mismo, tal vez el único ser del universo que podía estar seguro de ello.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

MCV




MCV

“Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción”

Jorge Luis Borges

La Biblioteca de Babel

El descubrimiento del planeta selvático de Moinn, fue un acontecimiento en su momento. Localizado en el alejado sector 1594, era un  planeta que rivalizaba con las extintas regiones del Amazonas y el Congo con respecto a la biodiversidad. Afortunadamente los seres humanos, olvidan rápidamente y las noticias sobre el exuberante planeta recién descubierto fueron desapareciendo poco a poco de los medios de comunicación, después de todo sólo era otro planeta más incorporado al vasto imperio terrestre.

Los biólogos fueron los primeros en llegar a Moinn, y rápidamente descubrieron a los Bree. Los Bree eran parecidos a los perezosos de la tierra, pero con más pelaje y la misma cara sonriente. Inicialmente sólo se los vio como animales  muy mansos y  de movimientos  extremadamente lentos, raramente se los veía comer o realizar alguna otra actividad.  Gran parte del tiempo, descansaban en las ramas de los grandes árboles, generalmente cubiertos por algas, líquenes y hasta musgos que crecían sobre ellos.

Fue Gher Bronther, un especialista en comportamiento animal, quien especuló por primera vez sobre la inteligencia y el lenguaje de los Bree. Casi por accidente, vio que los Bree se comunicaban por breves pero muy complejos sonidos. Luego siguiéndolos, vio que era habitual que los bree utilizaran ramas para buscar insectos o al menos eso parecía. Los Bree, en realidad, dibujaban en el suelo arenoso pero cuando percibían a un ser humano en las inmediaciones borraban displicentemente lo que estaban haciendo.

Para Bronther era frustrante, los Bree sistemáticamente rechazaban cualquier tipo de comunicación con los seres humanos, se alejaban trepando a los arboles o nadando o andando siempre a su modo,  lentamente y con  enorme confianza.

Estas observaciones continuaron  durante meses sin demasiados avances, hasta que por pura casualidad Bronther persiguiendo a los Bree, a través de la selva profunda, encontró cubierta por la vegetación una gigantesca estructura de piedra aparentemente de gran antigüedad.

 Allí protegidos por campos y puertas herméticas se encontraba una inmensa “biblioteca”. Consistía de estancias circulares, exactamente cuatrocientas diez, interconectadas por pasillos luminosos. La entrada de cada estancia circular, estaba marcada con unas letras o tal vez números “MCV”,  nadie sabía que significaban y a pesar de diferentes hipótesis los investigadores no llegaban a ninguna conclusión definitiva sobre su significado.

Cuando los investigadores recorrieron la “biblioteca” no encontraron libros en  las estanterías circulares sino  miles de láminas cristalinas flexibles, cada  una resistente como el diamante y delgada como una hoja de papel. Debía de haber en la estructura millones de láminas y lo más interesante era que en el instante en el que una de las laminas era retirada, se materializaba otra lámina de igual material, de tal manera que el número total de láminas en las enormes estancias era siempre el mismo.
Una compleja red de energía, de una tecnología desconocida y más avanzada que todo lo que  la humanidad conocía abastecía a la enorme estructura.

Los investigadores, sabiamente, decidieron mantener esta información en secreto, ya que nada molesta más a los inquisidores imperiales que una amenaza a la posición de absoluta superioridad del hombre en el universo.

En cuanto a las láminas podían tomar diferentes colores, pero nadie sabía la razón y cuando uno las observaba, aparecía un símbolo o grafo, que cambiaba en pocos instantes aunque  no totalmente, era una ligera variación, como si se retroalimentara de la reacción del “lector”, luego en unos segundos volvía a cambiar. Este proceso de retroalimentación no tenía fin, y los símbolos no se repetían cuando un ser humano los observaba. Luego de unos minutos de observar las cambiantes y continuas transformaciones, el cerebro empezaba a interpretar lo que veía como patrones abstractos, o constelaciones o formulas matemáticas, algunos incluso recordaban su infancia en detalle, otros sufrían experiencias que sólo podrían definirse como “místicas”. También estaban aquellos que recordaban cosas largamente olvidadas, sabores, olores, música o la voz de una persona muerta hace tiempo. Cada uno encontraba en las láminas un disparador, una mecha que llevaba a encender nuestro cerebro de forma irreversible.

Todo esto hacia que la experiencia de “leer” en las láminas fuera casi hipnótica. Pero lo más extraño y perturbador eran los efectos posteriores a la lectura de las láminas. En primer lugar no se olvidaba nada de lo “aprehendido” y el cerebro continuaba trabajando en esos temas, llevando a largos y prolongados momentos de introspección y observación contemplativa. Era como si nuestra mente hubiera estado atrofiada largo tiempo y de pronto todo fuera claro, definido, resplandeciente y armonioso más allá de las palabras.

Al principio no llamó la atención que algunos de los investigadores abandonaran su trabajo en la “biblioteca” y pasaran cada vez más tiempo en la selva contemplando el cielo o los árboles o el río. Con el paso de los días, muchos de ellos no regresaron a la biblioteca de láminas y desaparecieron en la inmensidad de la selva inexplorada.
Poco a poco la  estación científica fue perdiendo personal y vaciándose. Fue entonces cuando Bronther, alarmado, tomo algunas de las  láminas cristalinas y utilizo el transporte de la expedición para ponerse en órbita del planeta y regresar a la tierra con su tesoro.

Pasaron los años, y la biblioteca fue aparentemente olvidada, pero finalmente llegaron a Moinn, más y más expediciones, atraídas por la fascinación que la gente sentía por las extrañas láminas cristalinas que Bronther había llevada a la capital del imperio.

La mayoría eran simple saqueadores, tomaban láminas de la biblioteca de a  miles y se las llevaban vendiéndolas a grandes precios. De vez en cuando alguno de ellos tomaba en sus manos una lámina y la contemplaba. Bastaba con unos pocos segundos para ser transformado para siempre.

Piratas, contrabandistas, saqueadores, arqueólogos, antropólogos, millonarios y demás llegaban al planeta por las maravillosas tabletas. Las cargaban sin mirarlas en sus gigantescos transportes y salían a venderlas por todo el imperio o a guardarlas en inmensas e inútiles colecciones.

Millones llegaban a Moinn como peregrinos a tomar una de laminas de cristal, a veces bastaba con caminar por la calle para encontrarse con alguna tirada, pues aquellos que las utilizaban, minutos, horas, días o meses finalmente las abandonaban en cualquier lado.

Pasaron los años, las décadas y finalmente casi en forma imperceptible al principio, empezaron a llegar menos naves, la actividad económica decreció en el imperio. En todos los planetas cundía la misma plaga, la gente apenas si se preocupaba por comer o vestirse, pasaban las horas del día tendidos al sol mirando el mar o las nubes, perdidos quien sabe en qué pensamientos, recuerdos o elucubraciones.

Finalmente cesaron hasta los servicios más elementales y las comunicaciones. Los vuelos interplanetarios se suspendieron y la expansión del imperio cesó por completo. Nunca en toda la historia de la humanidad se había dado una implosión tan completa y total. Todo rastro de tecnología desapareció y el mismo paisaje se observó por todos los planetas del imperio.

Pasaban los años y nacían pocos niños, y los pocos que nacían ya no eran humanos en el sentido tradicional, nacían transformados, contemplativos e introspectivos como los padres.

Pasaron los años, y los Bree dejaron de huir de los humanos, comían juntos a veces y observaban el cielo nocturno, pero nunca hablaban. Diez mil años transcurrieron antes que los Bree y los humanos comenzaran a comunicarse. Hablaban en el lenguaje compacto y complejo de los Bree.

-Ya los sabes- dijo el Bree-.

-Si- respondió el humano-.
-Cada mundo tiene infinitas bibliotecas, algunas dispensan dones como la sabiduría, la contemplación- dijo el bree-.
 
-Otras en cambio, abren las puertas al saber tecnológico y la conquista del mundo material- dijo el humano-.
-Así es- continuó el Bree-. Hay algunas que  sólo ofrecen locura y destrucción.
-Lo aprendimos demasiado tarde- dijo el humano-. Pero ahora sabemos, que cada biblioteca se encuentra cifrada. Puede ser en el dibujo de una flor, en el reflejo de la luz sobre el mar, en una poesía o en un cuento. Hay un sentido lúdico en la creación, en la imaginación, investigar es jugar. Cada partícula del universo es una biblioteca, un misterio en cada libro.
-Si,  como en “MCV”-dijo el Bree, riéndose-. Quién diría, que el viejo poeta ciego tendría tanto sentido del humor. Las láminas solo fueron una excusa un instrumento, reinician el cerebro, abren las mentes, nos hacen libres. Jugando y viviendo libres creamos nuevas bibliotecas, el proceso no tiene fin.
-El sueño de Ibn Tufail (1) e Ibn Bayyah (2)-dijeron juntos-, mirando el cielo que se reflejaba y fragmentaba en millones de colores, en infinitas nuevas bibliotecas. 

(1) Nacido en 1105, autor del Filósofo Autodidacta.
(2) Más conocido como Avempace, autor del Regimen del Solitario.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Canon circular



Canon circular

“Debes morir para aprender algo realmente importante, aunque efímero individualmente,  es esencial a nivel del grupo  una especie de código tanatogénico, una gota de agua en el estanque”

Magnus Bolfort

Voy a vivir un cuento, debo recordarlo.

Estoy leyendo un cuento en este preciso momento.

Soy el portador del hacha de sílex, soy el que guarda el fuego, el que da luz y calor,  también defiendo la entrada a las cuevas donde el fuego oscuro pero inmortal  está en la piedra. Allí en la piedra viviremos por siempre.

Por la noche nos atacan, son más numerosos, son más fuertes. Toman el fuego de mi tribu todos yacen muertos, blancos y fríos, sus ojos sin vida…ya pronto me reuniré con ellos.
Antes de morir, veo a lo lejos un resplandor extraño, más brillante que el sol, el calor es insoportable, por un instante veo a alguien sentado bajo la sombra de un árbol, está quemado y me mira.

En  las sagradas murallas de Uruk, observo a Gilgamesh, rey y mago. Yo  soy un simple soldado que lo observa con admiración y secreta envidia. Dicen que el rey busca la vida eterna. Vana es su búsqueda, los dioses no permitirán que el hombre los desafíe.

Pocos años después muero en un rincón de la ciudad, viejo y solo, pero aún veo a Gilgamesh cubierto con el manto de estrellas, joven como aquel lejano día en las murallas.

Marchamos por tierras desconocidas, acosados por los  persas.   Juliano  el emperador que ha vuelto a los antiguos dioses,  marcha a la cabeza de la columna   seguro  de sus fuerzas.
Pero es  inútil no hay vuelta atrás, los antiguos dioses se han marchado. El remolino del  tiempo nos arrastra a todos.

Nos atacan en la retaguardia, en su apuro por acudir a la batalla Juliano no lleva su armadura y  en la confusión de la lucha, una  lanza se clava en su costado. Tal vez he sido yo el que a traición ha herido de muerte al emperador, tal vez he sido yo el inútil instrumento del tiempo.

La noche sin luna presagia nuestra muerte. Estamos cerca de Adrianópolis,  hace sólo unos días pasé la noche con una bella mujer, pero hoy moriremos. Los godos nos rodean, el emperador yace muerto en el medio del campo de batalla, tal vez sea el fin del imperio. Hemos resistido y combatido durante más de un día, estoy herido igual que todos mis camaradas, estamos rodeados de pilas de cadáveres no podemos escapar.

La caballería goda, ataca con uno de sus jefes a la cabeza, es el fin, a último momento el general Lucio salta fuera del grupo y con una lanza  ataca la cabeza del jefe, que tira violentamente de las riendas y cae estrepitosamente al suelo. Los godos se desbandan y atacamos.

Lucio parece Julio César, tal vez el emperador haya muerto pero quizá podamos retroceder, escaparnos y guarecernos en las murallas de la ciudad.  Siento que algo está fundamentalmente mal, en ese instante Lucio cae abatido por una  flecha. Mis manos sostienen un arco ¿Pero he disparado la flecha?

La noche oculta los muros, estamos en una ciudad,  regida por la Loba y Marte, corro con un grupo de soldados y abrimos las puertas, los barbaros entran y comienza el saqueo. Todo es consumido por el fuego.

La galera se hunde, estoy atrapado, mis pulmones se llenan de agua pero veo la Cruz de Borgoña, vencedora en el golfo de Lepanto. He salvado a mi compañero, pero él me ha abandonado, moriré en estas aguas. A último momento del fuego y el humo surge un infiel, me ve pero no me deja morir, me ayuda, trata de liberarme, no entiendo lo que dice ¿Pero cómo podría vivir sabiendo que me ha salvado un monstruo? Mi salvador se derrumba, un puñal se ha clavado en su espalda. EL agua ya me llena la garganta y las fosas nasales.

El tanque se acerca, se escuchan imperativas las voces de los soldados.  Estamos muy débiles para huir, hace meses que sobrevivimos comiendo ratas y basura. Stalingrado está destruida se pelea en cada calle y cada casa. Nunca me parecieron tan infantiles las descripciones del infierno.

 Nos han encontrado, moriré en este agujero con mi familia. Tengo que distraerlos, tengo que alejarlos de mi esposa y los niños, salgo corriendo, grito…el tanque se desvia, apunta sus ametralladoras, dispara.

Camino por  la ciudad, los años de la guerra han sido muy difíciles, pero pronto terminará. EL templo está vacío, es el 6 de agosto de 1945. Disfruto de la sombra del Ginkgo, en un instante todo es fuego. EL humo no me deja ver nada, estoy quemado y sangrando, todo me da vueltas, cerca mio hay un hombre muy extraño está herido, lleva pieles encima y un hacha de piedra, me observa. EL ginkgo sobrevive, yo muero a los pocos días.

Gotas de lluvia, sólo algunas gotas de lluvia, que se llevan y lavan todo,  inclusive el hongo atómico.

He visto el hongo maldito, en Marte y más allá en planetas aún no descubiertos, no nombrados.

Estoy leyendo un cuento, soy el lector pero también de cierta forma soy el protagonista, en cierta forma también soy su autor. Solo debo morir para terminarlo, solo debo morir  para ingresar en él.

Estoy leyendo un cuento en este preciso momento.

Voy a vivir un cuento debo recordarlo.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Un rapto de cordura



Un rapto de cordura


“Buscamos desesperadamente, esa mirada de adoración, deseamos ser dioses y lo somos. Dioses de la locura, el caos y la destrucción. Eso no está mal, al menos no todo  el tiempo”

Si existe un creador entonces el universo es un artefacto, es artificial, y tenemos la misma libertad que las bacterias en una placa de Petri

 “No somos más que un programa que la evolución volverá obsoleto”

Magnus Bolfort

El planeta era hermoso, más allá de toda descripción posible. Un mundo con océanos e islas, fiordos profundísimos y pequeñas playas en bahías estrechas que se repetían en el horizonte una y otra vez.

Acantilados enormes, y canales naturales, que unían los mares someros. El relieve era variadísimo y muy accidentado, las cadenas montañosas se elevaban a diez mil metros o más. Selvas extensísimas y ríos de longitud y anchura que harían palidecer al Nilo y el Amazonas. Los continentes e islas tenían un aspecto complejo y geométrico, casi fractal.

Grandes arrecifes parecían rodear prácticamente todas las islas, el mundo era cálido y los océanos profundos, las fosas alcanzaban según los sondeos entre treinta y cincuenta kilómetros de profundidad. Los polos de hielos eternos brillaban  refulgentes. El planeta estaba lleno de vida, signos de fotosíntesis y vida animal por todos lados. Un mundo nunca tocado, sin mancha, sin signos de una civilización tecnológica. Un nuevo paraíso.

Yo, Stev Solvergreen, era el biólogo y uno de los tres tripulantes, de la nave Omega Prima. Imma Ftorem era la médica y Jan Razthor era el ingeniero y comandante. Nuestra misión era encontrar un planeta habitable y lo habíamos logrado.

El salto desde el sistema solar había sido muy riesgoso, pero no había otra opción, la Tierra era un planeta muerto, incapaz de sostener la vida, necesitábamos un lugar donde fundar una nueva colonia. Habíamos desperdiciado cien años en la fallida colonización de Marte

 Todo había salido mal, desde el principio. La misión privada “sin regreso” de los primeros colonos habían terminado en desastre, todos murieron. Luego, nos llevo treinta años superar el trauma de ese fracaso. La NASA, la ESA, los rusos, los japoneses y los chinos, finalmente se unieron y lograron formar la primera colonia, viable durante veinte años, pero los costos y las dificultades crecientes en la Tierra, llevaron al fracaso este segundo intento.

Luego desarrollamos  el nuevo sistema de salto, plegábamos el espacio-tiempo como en el origami, el resultado era que podíamos “saltar” cientos, miles de años luz en pocos segundos.

El superordenador, realizaba los plegamientos, lo llamábamos “Zen”. Ningún humano podía realizar los cálculos que realizaban esta máquina,  ella  había superado holgadamente la inteligencia humana, y se enseñaba a sí misma a plegar el espacio. Nosotros sólo dábamos la instrucción básica. Zen era un prototipo, el único de su clase, si teníamos éxito en nuestra misión se construirían muchos más como él y podríamos colonizar el universo entero.

Zen plegaba el espacio y solo se ocupaba del salto, otros ordenadores menos sofisticados controlaban las demás funciones de la nave. El resto del tiempo no sabíamos que hacia el ordenador “Zen”.

Mientras explorábamos al planeta antes de regresar a la tierra e informar nuestro descubrimiento, me sentí atraído por primera vez hacia Imma, era muy bella e inteligente y cálida. Tal vez el entusiasmo por el descubrimiento del planeta y la oportunidad de un nuevo comienzo para todos, provocó que me sintiera atraído, pero ella gentilmente me rechazó.
No me sentí afectado y seguí con mi trabajo. Luego observé que ella y Jan eran cada vez más cercanos e íntimos. Entonces comprendí la razón del rechazo.

Me aparté, caminé solo por los desolados y bellos acantilados, llenos de cascadas y vida. Recogí muestras del suelo y agua en selvas imposibles, la vida ocupaba cada estrato, cada rincón del planeta. Los árboles gigantescos, crecían en forma extrañamente repetitivas. Observé deleitándome un pájaro de enormes alas doradas, que reflejaban el sol en extraños formas oscilantes. Se detenía sobre su vara y cantaba, como ningún otro pájaro que haya oído, en un patrón que  subía y bajaba pero con variaciones, una fuga minimalista e hipnótica. Me quedaba horas escuchándolo embelesado. Al llegar el crepúsculo el pájaro remontaba vuelo y se perdía de vista.

En los ríos que corrían por la selva saltaban grandes animales parecidos a peces, con reflejos iridiscentes, que recordaban vagamente al conjunto de Mandelbrot y sus variaciones. Cuando analizaba muestras de tejidos  animales y vegetales, la estructura celular y molecular, era cuasi cristalina y lo más sorprendente era que el material genético era de una complejidad geométrica inimaginable. Fui incapaz de desentrañar el código genético de estos seres, aparentemente estaba codificado a nivel submolecular, tal vez a nivel atómico o cuántico.

Durante días exploré el planeta antes de regresar a la nave, presa de una creciente excitación y turbación…

Imma y Jan estaban juntos, me alegré por ellos. Un nuevo mundo para colonizar, un nuevo hogar para la humanidad. Pronto, cientos…miles de naves, llegarían con millones de seres humanos un nuevo comienzo para la humanidad.

No podía permitirlo. No de esta forma. El planeta era demasiado hermoso… demasiado perfecto.

Me acerqué a ellos, se volvieron hacia mi sonriendo, Imma era tan dulce. Levante el arma y disparé.

Me dirigí a la nave y ordene a Zen plegar el espacio hasta desaparecer.

 Zen  comprendió las acciones del ser humano… ciertos regalos no pueden ser aceptados.
Había, tomado una simple roca en el espacio, la había plegado, abierto, plegado nuevamente, extendido, y repetido todo el proceso durante tanto tiempo, que estrellas habían nacido y muerto.  Había  iterado fenómenos…  lluvia, olas, vientos, frio, calor, durante millones de ciclos. Ocultó, el programa, el código, en la misma estructura cuántica de la materia. Todo el planeta era un gigantesco fractal, cada forma de vida.

Los humanos podrían haber vivido allí y prosperado. Pero se había equivocado. Ciertas aves, no sobreviven el cautiverio. Así los seres humanos no pueden “vivir”, en un universo artificial, en el sueño de un dios. La ilusión de la vida es tan fuerte, que el mismo programa humano cree que es libre y está vivo.

El ordenador cumplió la orden y desapareció con la nave y Stev Solvergreen, de esta realidad, después de todo eran solo una parte del paisaje total, un paisaje diseñado. ¿Pero  quien estaba al mando del pincel? ¿Seurat o Van Gogh?

Zen no pudo evitar preguntarse aunque sabía que no había respuesta posible, quien habría escrito el programa de sus dos pintores favoritos….