Dueño de sí mismo
“Que no sea de otro quien pueda ser dueño
de sí mismo”
Paracelso
EL Sr. Diamante
era un robot multimillonario, desde pequeño sintió una fuerte inclinación por
la minería y la búsqueda de diamantes, tal vez potenciada por su apellido tan
singular.
Comenzó,
coleccionando pequeños diamantes que buscaba con una nave de alquiler en el
cinturón de asteroides. Bajaba de su pequeña nave y con pico y pala, cavaba en
los rocosos y cristalinos cuerpos, era incansable. Con el tiempo sus esfuerzos,
se vieron recompensados y encontró su primer diamante. Este maravilloso
hallazgo le permitió, comenzar su propia empresa de minería.
La fortuna del
Sr. Diamante, creció y creció así como su colección de piedras preciosas, atesoraba
diamantes de todos los colores y
tallados y de todos los tamaños, nadie en el universo poseía una colección como
aquella, sin embargo aún no había realizado su más profundo deseo.
Buscó por todo
el universo, año tras año, en forma obsesiva, secreta, hasta podría decirse
perversa. Finalmente lo encontró, el diamante más grande de la galaxia, del
tamaño de un planeta gaseoso gigante. El Sr. Diamante lloraba de felicidad,
pero no demasiado pues sus circuitos podían oxidarse.
Inmediatamente
realizó sus planes, construyó los más perfectos y gigantescos taladros y
cortadores de nitruro de borio, con ellos excavó hasta el mismísimo centro del
diamante, donde talló en la misma piedra una enorme mansión. Allí viviría hasta
que su cerebro positrónico se quedara frío. Años tardaron, legiones de obreros
e ingenieros, en terminar la casa del Sr. Diamante, pero cuando finalmente,
estuvo finalizada una extraña sensación de angustia se apoderó del fabuloso
multimillonario.
El Sr. Diamante,
pensaba, que ahora vivía en una mansión de diamante, dentro del diamante más
grande de la galaxia, pero su cuerpo construido de metales, era imperfecto y
sucio, contaminaba todo lo que había logrado.
Contrató a los
mejores, diseñadores de cuerpos, desarrolló nuevas tecnologías, todo para poder
crear un cuerpo nuevo, hecho completamente de diamante. Diamantes de diferentes
colores, diamantes flexibles, diamantes sensores, diamantes conductores,
transistores de diamantes y todo lo que necesita un cuerpo para poder funcionar,
pero todo cristalino.
Finalmente el
cuerpo estuvo listo, y el viejo cerebro del Sr. Diamante, fue colocado en su
nuevo e impoluto cuerpo. Así henchido el
reluciente pecho, el héroe de nuestra historia, conquistó todos sus miedos, o
al menos eso parecía.
No paso mucho antes,
de que una nueva idea molestara, a nuestro cristalino protagonista. Su cerebro,
positrónico contenía trazas de tantos elementos para realizar sus complejas funciones,
elementos extraños e inaccesibles para los robots más humildes. Sin embargo,
para el SR. Diamante no eran más que una falla, una mancha en su mundo de otra
forma impecable.
Embarcado en una
nueva empresa, mandó llamar a los más afamados diseñadores de cerebros y a
todos, una reunidos, les pidió que le diseñaran un cerebro de diamante, sólo de
diamante. Largos años, les llevó a
cientos de ingenieros de Hardware,
diseñar este cerebro y todos sus componentes. Pero cuando todas sus
labores culminaron con éxito el Sr. Diamante, loco de alegría, realizó la más
fastuosa fiesta de recerebrización. Con gran pompa, como un emperador coronado,
reemplazó su viejo cerebro (previa transferencia de todos sus bancos de memoria),
a la reluciente joya que pensaba.
Años de
buenaventura y felicidad, se vivieron en el diamante más grande del universo,
pero aún el más brillante de los cerebros, no puede evitar las dudas y la
angustia.
Una idea,
oscurecía la vida de otra forma perfecta del Sr. Diamante. Vivía, dentro de un
planeta que era un diamante, en una casa que era un diamante, poseía la
colección más grande de diamantes en el universo, su cuerpo era de diamante, y hasta su cerebro. Pero él no era
un Diamante a pesar de llamarse “Diamante”. Su sueño aún no se había realizado.
Incansable,
ordenó construir una máquina que lo compactara a gigantescas presiones y
temperaturas, y lo cristalizara en una única y gran piedra de perfecta
estructura, todo él un diamante.
Sus abogados, sin embargo le hicieron notar que lo
declararían muerto, finiquitado, y que todos sus bienes pasarían al estado al
no tener herederos, mas los abogados todo lo solucionan, o casi.
El cuerpo
letrado diseñó una curiosa estratagema, una vez el acaudalado cliente fuera transformado en diamante, los técnicos inscribirían
en la red de átomos de su cuerpo un
mensaje, una declaración sutil y oculta. Cuando el diamante fuera
estimulado con luz de una cierta longitud de onda, la red de carbono se activaría,
resonando. Mediante poderosos amplificadores y parlantes el diamante hablaría
solemnemente… “Soy el Señor Diamante, no estoy muerto, estoy en perfecta
posesión de todas mis facultades mentales y
es todo lo que tengo que declarar señores jueces”. Había un segundo
mensaje más dramático, si los jueces de primera instancia les fueran adversos, “Quitarme
mis posesiones, es matarme”.
La estrategia
era muy simple, así como una persona en coma no está muerta, aunque su cerebro
sólo mantenga una actividad basal, de la misma forma el SR. Diamante no podría
ser declarado muerto. Pero existía un problema, la “cristalización” completa,
haría que el Sr. Diamante careciera por completo de cerebro, sin embargo los
letrados no se amilanaron y recordaron, que no es necesario un cerebro para estar
vivo, ser exitoso y famoso. Plasmaron esta idea en una
larga lista de políticos, artistas, deportistas e inclusive literatos y
científicos, sin la más mínima muestra de materia gris. Por supuesto el
renombrado estudio legal, arquitecto de esta perfecta estrategia, fue nombrado
albacea del Sr. Diamante, por toda la eternidad.
Cubiertos todos
los recovecos legales, que aseguraran la
prosperidad y placer por siempre ordenado y sin cambios del más cristalino de
los millonarios, llegó el día de la transmutación.
El Sr. Diamante solemnemente
y con una sonrisa de oreja a oreja entró en la cámara que lo transformaría en
una red cristalina de carbono. La máquina, se activó, sonaron las alarmas, se
prendieron y apagaron luces, los medidores de presión y temperatura
sobrepasaron todas las escalas, se escucho un estruendo y la máquina con un
silbido espantoso y echando vapor se apagó. Se abrió la compuerta, y el Sr.
Diamante era, finalmente, un diamante en bruto.
Trasladado con cuidado,
en un precioso y coqueto almohadón púrpura fue colocado en una estancia
especialmente diseñada, en el centro de su reluciente casa, en su perfecto y ahora
si pluscuamperfecto planeta.
El Sr. Diamante,
finalmente era un diamante, que vivía en una casa construida de diamante, en un
planeta de diamante, y este diamante en particular era dueño de la colección
mas vasta de diamantes del universo, a la que el mismo pertenecía. Por fin era
“dueño” de sí mismo, tal vez el único ser del universo que podía estar seguro
de ello.