El mar en nosotros
“Un
libro tiene que ser el hacha para el mar congelado en nosotros.”
Franz Kafka
EL rey se levantó lentamente. Caminó hasta
el gran ventanal, con paso inseguro.
La
nieve caía cubriendo la planicie. Nada había cambiado.
Mil años habían pasado, y el invierno no
daba señales de ceder.
Debería dormir otro año, y esperar.
Aun tenía esperanzas, aunque año tras año
estas se debilitaban.
Estiró las delicadas alas plateadas, y
una lluvia de delicados cristales flotaron en el aire.
Tomo el reservorio del sagrado Rk´a y bebió un sorbo del precioso néctar azul y
dorado.
La botella estaba casi vacía, no quedaba mucho. Sin el néctar vital, no
podría seguir hibernando mucho tiempo más.
Tomo el libro de la vida, y leyó:
“La vida resiste, aunque la muerte reine.
Aunque el río esté congelado, en la profundidad, el agua fluye.”
Cerró el libro, y entonces recordó por
qué esperaba.
Recordó el verano, y las bellas alas
blancas de la reina y la promesa de rencontrase más allá del invierno, más allá
de la muerte.
Miró por última vez el desolado paisaje,
se lamió las patas delanteras y limpió sus largas antenas.
Se acostó y cerró los enormes ojos
facetados.
Pasaron los años y las décadas, cientos, miles
de años. Los hielos eternos todo lo cubrieron.
El rey, ya no se levantó, y el néctar de la vida se
consumió. Nadie leyó las sagradas palabras y la gran estancia permaneció helada y a oscuras.
Un día, grandes alas blancas, desafiaron la nieve y
las tormentas, un débil rayo de luz guiaba entre negras nubes. El primer
amanecer en diez mil años. La reina llegó al nido. Estaba exhausta. Penetró con
trabajo en la cámara protegida.
El rey estaba allí, o al menos lo que habías
sido el rey. Recostado, su vientre lleno
del sagrado, Rk´a transformado por él en
el único sustento que las larvas podrían comer.
La reina rasgó la delicada piel de su consorte, y deposito los miles de huevos
en el cuerpo de su amado. Allí nacerían
las larvas, que se alimentarían de su padre.
Aún recordaba, a pesar de los milenios,
su ritual de apareamiento, cuán maravilloso había sido él durante su reinado, y
la dolorosa separación durante el último verano.
El sol iluminó la cámara real, que se
llenó de miles de reflejos plateados, mientras la reina cubría con sus alas el cuerpo
del rey. Abrazó con delicadeza a su amado y pronunció la formula ritual, se habían encontrado más allá
de la muerte, para que la vida
continuara.
Siempre había sido así, siempre seria así.