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sábado, 4 de julio de 2015

El mar en nosotros






El mar en nosotros

“Un libro tiene que ser el hacha para el mar congelado en nosotros.”

Franz Kafka

EL rey se levantó lentamente. Caminó hasta el gran ventanal, con paso inseguro.

La nieve caía cubriendo la planicie. Nada había cambiado.

Mil años habían pasado, y el invierno no daba señales de ceder.

Debería  dormir otro año, y esperar.

Aun tenía esperanzas, aunque año tras año estas se debilitaban.

Estiró las delicadas alas plateadas, y una lluvia de delicados cristales flotaron en el aire.

Tomo el reservorio del sagrado Rk´a  y bebió un sorbo del precioso néctar azul y dorado.

La botella estaba casi vacía, no quedaba mucho. Sin el néctar vital, no podría seguir hibernando mucho tiempo más.

Tomo el libro de la vida, y leyó:

“La vida resiste, aunque la muerte reine. Aunque el río esté congelado, en la profundidad, el agua fluye.”

Cerró el libro, y entonces recordó por qué esperaba.

Recordó el verano, y las bellas alas blancas de la reina y la promesa de rencontrase más allá del invierno, más allá de la muerte.

Miró por última vez el desolado paisaje, se lamió las patas delanteras y limpió sus largas antenas.

Se acostó y cerró los enormes ojos facetados.

Pasaron los años y las décadas, cientos, miles de años. Los hielos eternos  todo  lo cubrieron.

El rey,  ya no se levantó, y el néctar de la vida se consumió. Nadie leyó las sagradas palabras y la gran estancia permaneció  helada y a oscuras.

Un día,  grandes alas blancas, desafiaron la nieve y las tormentas, un débil rayo de luz guiaba entre negras nubes. El primer amanecer en diez mil años. La reina llegó al nido. Estaba exhausta. Penetró con trabajo en la cámara protegida.

El rey estaba allí, o al menos lo que habías sido el rey.  Recostado, su vientre lleno del sagrado, Rk´a transformado por él  en el único sustento que las larvas podrían comer.

La reina rasgó la delicada piel  de su consorte, y deposito los miles de huevos en el cuerpo de su amado.  Allí nacerían las larvas, que se alimentarían de su padre.

Aún recordaba, a pesar de los milenios, su ritual de apareamiento, cuán maravilloso había sido él durante su reinado, y la dolorosa separación durante el último verano.

El sol iluminó la cámara real, que se llenó de miles de reflejos plateados,  mientras  la reina cubría con sus alas el cuerpo del rey.  Abrazó con delicadeza a su amado y pronunció la formula ritual, se habían encontrado más allá de  la muerte, para que la vida continuara.

Siempre había sido así, siempre seria así.