Un rapto de cordura
“Buscamos desesperadamente, esa mirada de
adoración, deseamos ser dioses y lo somos. Dioses de la locura, el caos y la
destrucción. Eso no está mal, al menos no todo el tiempo”
“Si existe un
creador entonces el universo es un artefacto, es artificial, y tenemos la
misma libertad que las bacterias en una placa de Petri”
“No
somos más que un programa que la evolución volverá obsoleto”
Magnus Bolfort
El planeta era
hermoso, más allá de toda descripción posible. Un mundo con océanos e islas,
fiordos profundísimos y pequeñas playas en bahías estrechas que se repetían en
el horizonte una y otra vez.
Acantilados
enormes, y canales naturales, que unían los mares someros. El relieve era
variadísimo y muy accidentado, las cadenas montañosas se elevaban a diez mil
metros o más. Selvas extensísimas y ríos de longitud y anchura que harían
palidecer al Nilo y el Amazonas. Los continentes e islas tenían un aspecto
complejo y geométrico, casi fractal.
Grandes arrecifes
parecían rodear prácticamente todas las islas, el mundo era cálido y los
océanos profundos, las fosas alcanzaban según los sondeos entre treinta y
cincuenta kilómetros de profundidad. Los polos de hielos eternos brillaban refulgentes. El planeta estaba lleno de vida,
signos de fotosíntesis y vida animal por todos lados. Un mundo nunca tocado, sin
mancha, sin signos de una civilización tecnológica. Un nuevo paraíso.
Yo, Stev
Solvergreen, era el biólogo y uno de los tres tripulantes, de la nave Omega
Prima. Imma Ftorem era la médica y Jan Razthor era el ingeniero y comandante.
Nuestra misión era encontrar un planeta habitable y lo habíamos logrado.
El salto desde
el sistema solar había sido muy riesgoso, pero no había otra opción, la Tierra
era un planeta muerto, incapaz de sostener la vida, necesitábamos un lugar
donde fundar una nueva colonia. Habíamos desperdiciado cien años en la fallida
colonización de Marte
Todo había salido mal, desde el principio. La
misión privada “sin regreso” de los primeros colonos habían terminado en
desastre, todos murieron. Luego, nos llevo treinta años superar el trauma de
ese fracaso. La NASA, la ESA, los rusos, los japoneses y los chinos, finalmente
se unieron y lograron formar la primera colonia, viable durante veinte años,
pero los costos y las dificultades crecientes en la Tierra, llevaron al fracaso
este segundo intento.
Luego desarrollamos
el nuevo sistema de salto, plegábamos el
espacio-tiempo como en el origami, el resultado era que podíamos “saltar”
cientos, miles de años luz en pocos segundos.
El
superordenador, realizaba los plegamientos, lo llamábamos “Zen”. Ningún humano
podía realizar los cálculos que realizaban esta máquina, ella había superado holgadamente la inteligencia
humana, y se enseñaba a sí misma a plegar el espacio. Nosotros sólo dábamos la
instrucción básica. Zen era un prototipo, el único de su clase, si teníamos
éxito en nuestra misión se construirían muchos más como él y podríamos
colonizar el universo entero.
Zen plegaba el
espacio y solo se ocupaba del salto, otros ordenadores menos sofisticados
controlaban las demás funciones de la nave. El resto del tiempo no sabíamos que
hacia el ordenador “Zen”.
Mientras
explorábamos al planeta antes de regresar a la tierra e informar nuestro descubrimiento,
me sentí atraído por primera vez hacia Imma, era muy bella e inteligente y
cálida. Tal vez el entusiasmo por el descubrimiento del planeta y la
oportunidad de un nuevo comienzo para todos, provocó que me sintiera atraído, pero
ella gentilmente me rechazó.
No me sentí afectado y seguí con mi trabajo. Luego
observé que ella y Jan eran cada vez más cercanos e íntimos. Entonces comprendí
la razón del rechazo.
Me aparté,
caminé solo por los desolados y bellos acantilados, llenos de cascadas y vida.
Recogí muestras del suelo y agua en selvas imposibles, la vida ocupaba cada
estrato, cada rincón del planeta. Los árboles gigantescos, crecían en forma
extrañamente repetitivas. Observé deleitándome un pájaro de enormes alas
doradas, que reflejaban el sol en extraños formas oscilantes. Se detenía sobre
su vara y cantaba, como ningún otro pájaro que haya oído, en un patrón que subía y bajaba pero con variaciones, una fuga
minimalista e hipnótica. Me quedaba horas escuchándolo embelesado. Al llegar el
crepúsculo el pájaro remontaba vuelo y se perdía de vista.
En los ríos que
corrían por la selva saltaban grandes animales parecidos a peces, con reflejos
iridiscentes, que recordaban vagamente al conjunto de Mandelbrot y sus
variaciones. Cuando analizaba muestras de tejidos animales y vegetales, la estructura celular y molecular,
era cuasi cristalina y lo más sorprendente era que el material genético era de
una complejidad geométrica inimaginable. Fui incapaz de desentrañar el código
genético de estos seres, aparentemente estaba codificado a nivel submolecular,
tal vez a nivel atómico o cuántico.
Durante días
exploré el planeta antes de regresar a la nave, presa de una creciente
excitación y turbación…
Imma y Jan
estaban juntos, me alegré por ellos. Un nuevo mundo para colonizar, un nuevo
hogar para la humanidad. Pronto, cientos…miles de naves, llegarían con millones
de seres humanos un nuevo comienzo para la humanidad.
No podía
permitirlo. No de esta forma. El planeta era demasiado hermoso… demasiado
perfecto.
Me acerqué a
ellos, se volvieron hacia mi sonriendo, Imma era tan dulce. Levante el arma y
disparé.
Me dirigí a la
nave y ordene a Zen plegar el espacio hasta desaparecer.
Zen comprendió
las acciones del ser humano… ciertos regalos no pueden ser aceptados.
Había, tomado
una simple roca en el espacio, la había plegado, abierto, plegado nuevamente,
extendido, y repetido todo el proceso durante tanto tiempo, que estrellas
habían nacido y muerto. Había iterado fenómenos… lluvia, olas, vientos, frio, calor, durante
millones de ciclos. Ocultó, el programa, el código, en la misma estructura
cuántica de la materia. Todo el planeta era un gigantesco fractal, cada forma de
vida.
Los humanos
podrían haber vivido allí y prosperado. Pero se había equivocado. Ciertas aves,
no sobreviven el cautiverio. Así los seres humanos no pueden “vivir”, en un
universo artificial, en el sueño de un dios. La ilusión de la vida es tan fuerte,
que el mismo programa humano cree que es libre y está vivo.
El ordenador
cumplió la orden y desapareció con la nave y Stev Solvergreen, de esta
realidad, después de todo eran solo una parte del paisaje total, un paisaje
diseñado. ¿Pero quien estaba al mando
del pincel? ¿Seurat o Van Gogh?
Zen no pudo
evitar preguntarse aunque sabía que no había respuesta posible, quien habría
escrito el programa de sus dos pintores favoritos….