Panspermia
“A veces podemos
pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra
en un solo instante”
Oscar Wilde
Las kalendias,
eran una especie única en la galaxia.
Vivían en un
lejano planeta rocoso-cristalino, llamado Kaldria, que poseía un periodo de
traslación de casi mil años y una órbita de alta excentricidad. El sistema estelar era dominado por una gigante
blanca, que algún día sería una nova.
Kaldria, sólo
tenía dos estaciones, un larguísimo y riguroso invierno de 900 años y un verano
arrasador de cien años.
La evolución había
dado forma a las kalendias a lo largo de millones de años, en un ciclo complejo
y fascinante.
Durante los 900
años de invierno, un invierno donde las temperaturas promedio eran de -150 centígrados, las kalendias en su forma
de gusano se enterraban profundamente, para luego metamorfosearse a un estado
de crisálida, con una estructura cuasicristalina. En vez de luchar contra un
invierno imposible de vencer, ahorraban energía, almacenándola en cada enlace químico
de su estructura.
Allí
profundamente enterradas, pasando la mayor parte de su tiempo en prolongados
periodos de criptobiosis, las kalendias vivían el largo sueño. Una al lado de la
otra como delicadas joyas traslúcidas, obtenían
algo de energía de las entrañas del planeta. De esta forma acumulaban energía, como gigantescas pilas de
Volta.
Muchas morían,
transformándose en alimento para sus compañeras, muerte era vida en el mundo
helado de Kaldria.
Finalmente
cuando el planeta se acercaba a la gigante blanca las crisálidas despertaban y comenzaban
a moverse hacia la superficie, para que su estructura cristalina capturara la energía
que expulsaba la estrella.
Allí en la
superficie, les brotaban delicados apéndices, patas y antenas y delicados
caparazones. Se arrastraban como cucarachas de cristal, almacenando energía durante
50 años. Luego de crecer y alimentarse, se preparaban para reproducirse, un
breve período de tiempo en 1000 años de vida. Cada crisálida, depositaba miles
de huevos, sobre la superficie del planeta, allí esos huevos desnudos, traslúcidos
y multicolores como prismas, eran fecundados por la primera kalendia que los
detectara. De inmediato, los embriónes comenzaba a desarrollarse, la vida siempre es urgente y siempre es frágil.
Mientras tanto
el planeta se acercaba a una velocidad vertiginosa a la estrella, la
temperatura de la atmósfera aumentaba provocando tormentas colosales, que parecían
fracturar el planeta. Gigantescas masas de gases en estado sólido sublimaban,
creando inmensas cavernas.
Las Kalendias se
preparaban para su última transformación. Se adelgazaban, emitían numerosos “pelos”
cristalinos y se plegaban en patrones
extraños y repetitivos. También crecían lo que podría parecer un par de alas,
similares a la de los insectos terrestres. Así estas efímeras formas se
preparaban para su próximo salto al vacío.
En un instante y
sin mediar señal alguna, mientras las nubes viajaban a cientos de kilómetros
por hora y la temperatura de la superficie
del planeta aumentaba a cada minuto, una kalendia abría sus “alas” y comenzaba
a volar, llevada por las violentas corrientes de aire. A esa primera le
siguieron otras y otras más, en pocos minutos, cientos, miles, millones de
Kalendias llenaban el cielo extraño y extremo de Kaldria.
A medida que el
planeta se calentaba, la nube de kalendias, crecía y crecía, lanzando reflejos
iridiscentes que ningún ojo humano podría
resistir. El remolino, girando a miles de kilómetros por hora, ascendía cada
vez más llegando a las capas superiores de la atmósfera.
La fricción de billones
de kalendias chocando y la temperatura que ya se elevaba a cientos de grados
sobre la superficie con vientos que arrasarían cualquier estructura, formaban
un fenómeno aterrador.
El aire mismo parecía
vibrar, la fricción y el calentamiento de los gases, provocaba que parte de la
atmosfera del planeta se ionizara pasando a un estado de plasma. Los rayos eran de miles
de kilómetros de largo, y cuando tocaban la superficie pedazos enormes de la superficie del planeta eran vaporizados.
Las kalendias
indiferentes a los millones y millones que morían se proyectaban ya hacia el
espacio exterior, en un último y orgásmico esfuerzo por vencer la fuerza de
gravedad que las encadenaba a la superficie de su planeta. Allí las Kalendias
morían alcanzando el mar exterior del espacio vacío. Sus alas cristalinas caían
formando un espejo de billones de diminutos fragmentos. Allí en la termosfera
más exterior, las alas protegerían a los embriones, filtrarían y reflejarían los
mortales rayos de la cada vez más cercana gigante blanca.
Sobre la
superficie, los embriones indiferentes a la muerte de sus padres, salían de sus
huevos. Muchos habían muerto por las descargas eléctricas y el plasma, pero la
atmósfera llena de polvo, era ahora paradójicamente,
más fría a pesar de la cada vez más cercana estrella.
La nube de polvo
y el espejo cristalino formado por los fragmentos de las alas, sólo durarían
unos pocos años tal vez décadas, antes de depositarse, pero sería el tiempo
suficiente para permitir el crecimiento de los gusanos, que se enterrarían
profundamente en la superficie del planeta para “hibernar” durante 900 años,
cuando el invierno llegara nuevamente.
Mientras sus
descendientes se enterraban en la superficie estéril del planeta, los restos de
las kalendias expulsados del planeta, llevaban en sus estructuras cristalinas,
elementos y moléculas complejas, más allá de su sistema estelar.
Un día no habría
más kalendias, hasta la gigante blanca moriría, pero un rastro cristalino de 4.500
millones de años podría seguirse a lo largo de la galaxia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario