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sábado, 10 de enero de 2015

Panspermia



Panspermia

 “A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante”
 
Oscar Wilde

Las kalendias, eran una especie única en la galaxia.

Vivían en un lejano planeta rocoso-cristalino, llamado Kaldria, que poseía un periodo de traslación de casi mil años y una órbita de alta  excentricidad. El   sistema estelar era dominado por una gigante blanca, que algún día sería una nova.

Kaldria, sólo tenía dos estaciones, un larguísimo y riguroso invierno de 900 años y un verano arrasador de cien años.

La evolución había dado forma a las kalendias a lo largo de millones de años, en un ciclo complejo y fascinante.

Durante los 900 años de invierno, un invierno donde las temperaturas promedio eran de    -150 centígrados, las kalendias en su forma de gusano se enterraban profundamente, para luego metamorfosearse a un estado de crisálida, con una estructura cuasicristalina. En vez de luchar contra un invierno imposible de vencer, ahorraban energía, almacenándola en cada enlace químico de su estructura.

Allí profundamente enterradas, pasando la mayor parte de su tiempo en prolongados periodos de criptobiosis, las kalendias vivían el largo sueño. Una al lado de la otra  como delicadas joyas traslúcidas, obtenían algo de energía de las entrañas del planeta. De esta forma  acumulaban energía, como gigantescas pilas de Volta.

Muchas morían, transformándose en alimento para sus compañeras, muerte era vida en el mundo helado de Kaldria.

Finalmente cuando el planeta se acercaba a la gigante blanca las crisálidas despertaban y comenzaban a moverse hacia la superficie, para que su estructura cristalina capturara la energía que expulsaba la estrella.

Allí en la superficie, les brotaban delicados apéndices, patas y antenas y delicados caparazones. Se arrastraban como cucarachas de cristal, almacenando energía durante 50 años. Luego de crecer y alimentarse, se preparaban para reproducirse, un breve período de tiempo en 1000 años de vida. Cada crisálida, depositaba miles de huevos, sobre la superficie del planeta, allí esos huevos desnudos, traslúcidos y multicolores como prismas, eran fecundados por la primera kalendia que los detectara. De inmediato, los embriónes comenzaba a desarrollarse, la vida siempre es urgente y siempre es frágil.

Mientras tanto el planeta se acercaba a una velocidad vertiginosa a la estrella, la temperatura de la atmósfera aumentaba provocando tormentas colosales, que parecían fracturar el planeta. Gigantescas masas de gases en estado sólido sublimaban, creando inmensas cavernas.

Las Kalendias se preparaban para su última transformación. Se adelgazaban, emitían numerosos “pelos” cristalinos  y se plegaban en patrones extraños y repetitivos. También crecían lo que podría parecer un par de alas, similares a la de los insectos terrestres. Así estas efímeras formas se preparaban para su próximo salto al vacío.

En un instante y sin mediar señal alguna, mientras las nubes viajaban a cientos de kilómetros por hora y la temperatura  de la superficie del planeta aumentaba a cada minuto, una kalendia abría sus “alas” y comenzaba a volar, llevada por las violentas corrientes de aire. A esa primera le siguieron otras y otras más, en pocos minutos, cientos, miles, millones de Kalendias llenaban el cielo extraño y extremo de Kaldria.

A medida que el planeta se calentaba, la nube de kalendias, crecía y crecía, lanzando reflejos iridiscentes que ningún  ojo humano podría resistir. El remolino, girando a miles de kilómetros por hora, ascendía cada vez más llegando a las capas superiores de la atmósfera.
La fricción de billones de kalendias chocando y la temperatura que ya se elevaba a cientos de grados sobre la superficie con vientos que arrasarían cualquier estructura, formaban un fenómeno aterrador.

El aire mismo parecía vibrar, la fricción y el calentamiento de los gases, provocaba que parte de la atmosfera del planeta se ionizara pasando  a un estado de plasma. Los rayos eran de miles de kilómetros de largo, y cuando tocaban la superficie pedazos enormes de  la superficie del planeta eran vaporizados.

Las kalendias indiferentes a los millones y millones que morían se proyectaban ya hacia el espacio exterior, en un último y orgásmico esfuerzo por vencer la fuerza de gravedad que las encadenaba a la superficie de su planeta. Allí las Kalendias morían alcanzando el mar exterior del espacio vacío. Sus alas cristalinas caían formando un espejo de billones de diminutos fragmentos. Allí en la termosfera más exterior, las alas protegerían a los embriones, filtrarían y reflejarían los mortales rayos de la cada vez más cercana gigante blanca.

Sobre la superficie, los embriones indiferentes a la muerte de sus padres, salían de sus huevos. Muchos habían muerto por las descargas eléctricas y el plasma, pero la atmósfera  llena de polvo, era ahora paradójicamente, más fría a pesar de la cada vez más cercana estrella.

La nube de polvo y el espejo cristalino formado por los fragmentos de las alas, sólo durarían unos pocos años tal vez décadas, antes de depositarse, pero sería el tiempo suficiente para permitir el crecimiento de los gusanos, que se enterrarían profundamente en la superficie del planeta para “hibernar” durante 900 años, cuando el invierno llegara nuevamente.
Mientras sus descendientes se enterraban en la superficie estéril del planeta, los restos de las kalendias expulsados del planeta, llevaban en sus estructuras cristalinas, elementos y moléculas complejas, más allá de su sistema estelar.

Un día no habría más kalendias, hasta la gigante blanca moriría, pero un rastro cristalino de 4.500 millones de años podría seguirse a lo largo de la galaxia.

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