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domingo, 14 de diciembre de 2014

Dueño de sí mismo




Dueño de sí mismo

“Que no sea de otro quien pueda ser dueño de sí mismo”

Paracelso


EL Sr. Diamante era un robot multimillonario, desde pequeño sintió una fuerte inclinación por la minería y la búsqueda de diamantes, tal vez potenciada por su apellido tan singular.
 
Comenzó, coleccionando pequeños diamantes que buscaba con una nave de alquiler en el cinturón de asteroides. Bajaba de su pequeña nave y con pico y pala, cavaba en los rocosos y cristalinos cuerpos, era incansable. Con el tiempo sus esfuerzos, se vieron recompensados y encontró su primer diamante. Este maravilloso hallazgo le permitió, comenzar su propia empresa de minería.

La fortuna del Sr. Diamante, creció y creció así como su colección de piedras preciosas, atesoraba  diamantes de todos los colores y tallados y de todos los tamaños, nadie en el universo poseía una colección como aquella, sin embargo aún no había realizado su más profundo deseo.

Buscó por todo el universo, año tras año, en forma obsesiva, secreta, hasta podría decirse perversa. Finalmente lo encontró, el diamante más grande de la galaxia, del tamaño de un planeta gaseoso gigante. El Sr. Diamante lloraba de felicidad, pero no demasiado pues sus circuitos podían oxidarse.

Inmediatamente realizó sus planes, construyó los más perfectos y gigantescos taladros y cortadores de nitruro de borio, con ellos excavó hasta el mismísimo centro del diamante, donde talló en la misma piedra una enorme mansión. Allí viviría hasta que su cerebro positrónico se quedara frío. Años tardaron, legiones de obreros e ingenieros, en terminar la casa del Sr. Diamante, pero cuando finalmente, estuvo finalizada una extraña sensación de angustia se apoderó del fabuloso multimillonario.

El Sr. Diamante, pensaba, que ahora vivía en una mansión de diamante, dentro del diamante más grande de la galaxia, pero su cuerpo construido de metales, era imperfecto y sucio, contaminaba todo lo que había logrado.

Contrató a los mejores, diseñadores de cuerpos, desarrolló nuevas tecnologías, todo para poder crear un cuerpo nuevo, hecho completamente de diamante. Diamantes de diferentes colores, diamantes flexibles, diamantes sensores, diamantes conductores, transistores de diamantes y todo lo que necesita un cuerpo para poder funcionar, pero todo cristalino.
Finalmente el cuerpo estuvo listo, y el viejo cerebro del Sr. Diamante, fue colocado en su nuevo e impoluto cuerpo. Así  henchido el reluciente pecho, el héroe de nuestra historia, conquistó todos sus miedos, o al menos eso parecía.

No paso mucho antes, de que una nueva idea molestara, a nuestro cristalino protagonista. Su cerebro, positrónico contenía trazas de tantos elementos para realizar sus complejas funciones, elementos extraños e inaccesibles para los robots más humildes. Sin embargo, para el SR. Diamante no eran más que una falla, una mancha en su mundo de otra forma impecable.

Embarcado en una nueva empresa, mandó llamar a los más afamados diseñadores de cerebros y a todos, una reunidos, les pidió que le diseñaran un cerebro de diamante, sólo de diamante. Largos años, les llevó  a cientos de ingenieros de Hardware,  diseñar este cerebro y todos sus componentes. Pero cuando todas sus labores culminaron con éxito el Sr. Diamante, loco de alegría, realizó la más fastuosa fiesta de recerebrización. Con gran pompa, como un emperador coronado, reemplazó su viejo cerebro (previa transferencia de todos sus bancos de memoria), a la reluciente joya que pensaba.

Años de buenaventura y felicidad, se vivieron en el diamante más grande del universo, pero aún el más brillante de los cerebros, no puede evitar las dudas y la angustia.

Una idea, oscurecía la vida de otra forma perfecta del Sr. Diamante. Vivía, dentro de un planeta que era un diamante, en una casa que era un diamante, poseía la colección más grande de diamantes en el universo,  su cuerpo era de  diamante, y hasta su cerebro. Pero él no era un Diamante a pesar de llamarse “Diamante”. Su sueño aún no se había realizado.
Incansable, ordenó construir una máquina que lo compactara a gigantescas presiones y temperaturas, y lo cristalizara en una única y gran piedra de perfecta estructura, todo él un diamante.

Sus abogados,  sin embargo le hicieron notar que lo declararían muerto, finiquitado, y que todos sus bienes pasarían al estado al no tener herederos, mas los abogados todo lo solucionan, o casi.

El cuerpo letrado diseñó una curiosa estratagema, una vez el acaudalado cliente fuera  transformado en diamante, los técnicos inscribirían en la red de  átomos de su cuerpo un mensaje, una declaración sutil y oculta. Cuando el diamante fuera estimulado con luz de una cierta longitud de onda, la red de carbono se activaría, resonando. Mediante poderosos amplificadores y parlantes el diamante hablaría solemnemente… “Soy el Señor Diamante, no estoy muerto, estoy en perfecta posesión de todas mis facultades mentales y  es todo lo que tengo que declarar señores jueces”. Había un segundo mensaje más dramático, si los jueces de primera instancia les fueran adversos, “Quitarme mis posesiones, es  matarme”.

La estrategia era muy simple, así como una persona en coma no está muerta, aunque su cerebro sólo mantenga una actividad basal, de la misma forma el SR. Diamante no podría ser declarado muerto. Pero existía un problema, la “cristalización” completa, haría que el Sr. Diamante careciera por completo de cerebro, sin embargo los letrados no se amilanaron y recordaron, que no es necesario un cerebro para estar vivo, ser exitoso y famoso. Plasmaron esta idea  en una  larga lista de políticos, artistas, deportistas e inclusive literatos y científicos, sin la más mínima muestra de materia gris. Por supuesto el renombrado estudio legal, arquitecto de esta perfecta estrategia, fue nombrado albacea del Sr. Diamante, por toda la eternidad.

Cubiertos todos los recovecos legales,  que aseguraran la prosperidad y placer por siempre ordenado y sin cambios del más cristalino de los millonarios, llegó el día de la transmutación.

El Sr. Diamante solemnemente y con una sonrisa de oreja a oreja entró en la cámara que lo transformaría en una red cristalina de carbono. La máquina, se activó, sonaron las alarmas, se prendieron y apagaron luces, los medidores de presión y temperatura sobrepasaron todas las escalas, se escucho un estruendo y la máquina con un silbido espantoso y echando vapor se apagó. Se abrió la compuerta, y el Sr. Diamante era, finalmente, un diamante en bruto.
Trasladado con cuidado, en un precioso y coqueto almohadón púrpura fue colocado en una estancia especialmente diseñada, en el centro de su reluciente casa, en su perfecto y ahora si pluscuamperfecto planeta.

El Sr. Diamante, finalmente era un diamante, que vivía en una casa construida de diamante, en un planeta de diamante, y este diamante en particular era dueño de la colección mas vasta de diamantes del universo, a la que el mismo pertenecía. Por fin era “dueño” de sí mismo, tal vez el único ser del universo que podía estar seguro de ello.

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