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lunes, 19 de enero de 2015

El otro lado



El otro lado

“Estoy solo y no hay nadie en el espejo”

Jorge Luis Borges

“Cuando uno se queda sólo y comienza a pensar y a escribir, descubre que la realidad está llena de grietas y que desesperadamente hay que llenarlas. Pero es una mera ilusión, la realidad es una delgada capa de hielo fragmentada sobre un río de nada. ¿Qué dios tan terrible pudo haber creado un mundo así?”

Magnus Bolfort

Desde que compré esta casa en el delta, para alejarme definitivamente de la ciudad, el pequeño bote de remos ha estado a la merced de la corriente y las mareas.

Miro desde la ventana, parcialmente cubierta por un sauce, el lento arrastrarse del rio por su cauce como si le costara seguir con su camino y quisiera detenerse y sentir cada centímetro de tierra. El río cuando nace imagina el lejano mar y a veces voluptuoso corre alocado y potente,  sin temor, pues es joven y el mundo es ancho y desconocido. Pero frente a mi casa, a veces el viento trae el rumor del mar y el aire huele a sal. Aquí el río, presiente su destino y corre despacio, deteniéndose en cada detalle, en cada sauce y en cada curva.

El pequeño bote continúa empecinado en soltarse, veo como se mueve impaciente en busca de nuevos rumbos.

Nunca estuve del otro lado del rio, con sus enormes árboles, sombrío y cerrado a las miradas de los cada vez más escasos turistas.

Abro la puerta de la pequeña casa y sin saber casi lo que hago, ya me encuentro remando en dirección al otro lado.

Mis brazos flacos de oficinista, se despiertan lentamente con el ruido del agua y los remos. El sol por primera vez en muchos  días, borra la bruma de mi cara y sin darme cuenta rio casi a pesar mío.

Remo hasta casi quedar extenuado, el sol brilla en lo alto y las nubes en el cielo siguen su propio río, tal vez sin darme cuenta sigo un río secreto mientras atravieso otro de aguas oscuras.

 ¿Me daré cuenta cuando llegue a mi mar?

Del otro lado del río desembarco, y camino por un sendero abandonado. Los árboles parecen cerrar filas ante el intruso. A pesar de sus esfuerzos, logro abrirme paso y a lo lejos puedo ver una casa semiderruida y cubierta de vegetación pero que aún conserva parte de su antiguo esplendor.

Sin saber la razón  me quedo a vivir allí, camino por el jardín descuidado hace largo tiempo y descubro la fuente del fondo. Allí descansa de tanto vuelo un viejo Cupido olvidado que parece recuperar la sonrisa al verme. Reparo la fuente y la limpio, el susurro del agua vuelve a tocar su antigua música nunca repetida y los ecos se repiten cristalinos llenando la casa mientras la fuente devuelve facetas del cansino andar de las nubes.

Los pájaros vuelven y visitan el anticuado jardín, mientras el viento llena la vieja galería, que lentamente se cae a pedazos.

Observo el río, mientras el bote atado, incansable con urgencia quiere liberarse.

Estoy del otro lado, solo, con mi conciencia, que tal vez sea un mero reflejo secreto, un artificio. El universo parece apunto de revelarse a sí mismo pero es sólo una ilusión.

Los espejos de la casa, oscuros, devuelven oscuridad y vacío, por un segundo siento miedo, cuando la sombra del sauce cruza la ventana. La oscuridad y el miedo están conectados, pero a veces sólo la luz puede ser más terrorífica y mucho más mortal, es un instinto atávico, inmemorial. Ahora sé que si la luz me alcanza voy a desaparecer completamente, moriré.

Estoy del otro lado pero me pregunto, mientras las nubes y el río continúan su lenta carrera y todo cambia y nada cambia, si la realidad, el espacio y el tiempo son sólo otro espejo, otro lado del río.

Llueve suavemente, lentamente, una lluvia de verano. El viento levanta algunas olas perezosas y lo observo todo a través de la ventana, mientras unas gotas  resbalan y ya no siento nada.

El bote ya no está, por fin se ha liberado, y yo me quedo a vivir del otro lado.

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