MCV
“Afirman los
impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la
humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción”
Jorge Luis Borges
La Biblioteca de Babel
El descubrimiento del planeta selvático de Moinn, fue un
acontecimiento en su momento. Localizado en el alejado sector 1594, era un planeta que rivalizaba con las extintas
regiones del Amazonas y el Congo con respecto a la biodiversidad.
Afortunadamente los seres humanos, olvidan rápidamente y las noticias sobre el
exuberante planeta recién descubierto fueron desapareciendo poco a poco de los
medios de comunicación, después de todo sólo era otro planeta más incorporado
al vasto imperio terrestre.
Los biólogos fueron los primeros en llegar a Moinn, y
rápidamente descubrieron a los Bree. Los Bree eran parecidos a los perezosos de
la tierra, pero con más pelaje y la misma cara sonriente. Inicialmente sólo se
los vio como animales muy mansos y de movimientos extremadamente lentos, raramente se los veía
comer o realizar alguna otra actividad. Gran parte del tiempo, descansaban en las
ramas de los grandes árboles, generalmente cubiertos por algas, líquenes y
hasta musgos que crecían sobre ellos.
Fue Gher Bronther, un especialista en comportamiento animal,
quien especuló por primera vez sobre la inteligencia y el lenguaje de los Bree.
Casi por accidente, vio que los Bree se comunicaban por breves pero muy
complejos sonidos. Luego siguiéndolos, vio que era habitual que los bree utilizaran
ramas para buscar insectos o al menos eso parecía. Los Bree, en realidad,
dibujaban en el suelo arenoso pero cuando percibían a un ser humano en las
inmediaciones borraban displicentemente lo que estaban haciendo.
Para Bronther era frustrante, los Bree sistemáticamente
rechazaban cualquier tipo de comunicación con los seres humanos, se alejaban
trepando a los arboles o nadando o andando siempre a su modo, lentamente y con enorme confianza.
Estas observaciones continuaron durante meses sin demasiados avances, hasta
que por pura casualidad Bronther persiguiendo a los Bree, a través de la selva
profunda, encontró cubierta por la vegetación una gigantesca estructura de
piedra aparentemente de gran antigüedad.
Allí protegidos por
campos y puertas herméticas se encontraba una inmensa “biblioteca”. Consistía
de estancias circulares, exactamente cuatrocientas diez, interconectadas por
pasillos luminosos. La entrada de cada estancia circular, estaba marcada con
unas letras o tal vez números “MCV”, nadie
sabía que significaban y a pesar de diferentes hipótesis los investigadores no
llegaban a ninguna conclusión definitiva sobre su significado.
Cuando los investigadores recorrieron la “biblioteca” no
encontraron libros en las estanterías
circulares sino miles de láminas
cristalinas flexibles, cada una
resistente como el diamante y delgada como una hoja de papel. Debía de haber en
la estructura millones de láminas y lo más interesante era que en el instante
en el que una de las laminas era retirada, se materializaba otra lámina de
igual material, de tal manera que el número total de láminas en las enormes
estancias era siempre el mismo.
Una compleja red de energía, de una tecnología desconocida y
más avanzada que todo lo que la
humanidad conocía abastecía a la enorme estructura.
Los investigadores, sabiamente, decidieron mantener esta información
en secreto, ya que nada molesta más a los inquisidores imperiales que una
amenaza a la posición de absoluta superioridad del hombre en el universo.
En cuanto a las láminas podían tomar diferentes colores,
pero nadie sabía la razón y cuando uno las observaba, aparecía un símbolo o
grafo, que cambiaba en pocos instantes aunque no totalmente, era una ligera variación, como
si se retroalimentara de la reacción del “lector”, luego en unos segundos volvía
a cambiar. Este proceso de retroalimentación no tenía fin, y los símbolos no se
repetían cuando un ser humano los observaba. Luego de unos minutos de observar
las cambiantes y continuas transformaciones, el cerebro empezaba a interpretar lo que
veía como patrones abstractos, o constelaciones o formulas matemáticas, algunos
incluso recordaban su infancia en detalle, otros sufrían experiencias que sólo podrían
definirse como “místicas”. También estaban aquellos que recordaban cosas
largamente olvidadas, sabores, olores, música o la voz de una persona muerta
hace tiempo. Cada uno encontraba en las láminas un disparador, una mecha que
llevaba a encender nuestro cerebro de forma irreversible.
Todo esto hacia que la experiencia de “leer” en las láminas
fuera casi hipnótica. Pero lo más extraño y perturbador eran los efectos
posteriores a la lectura de las láminas. En primer lugar no se olvidaba nada de
lo “aprehendido” y el cerebro continuaba trabajando en esos temas, llevando a
largos y prolongados momentos de introspección y observación contemplativa. Era
como si nuestra mente hubiera estado atrofiada largo tiempo y de pronto todo fuera
claro, definido, resplandeciente y armonioso más allá de las palabras.
Al principio no llamó la atención que algunos de los
investigadores abandonaran su trabajo en la “biblioteca” y pasaran cada vez más
tiempo en la selva contemplando el cielo o los árboles o el río. Con el paso de
los días, muchos de ellos no regresaron a la biblioteca de láminas y
desaparecieron en la inmensidad de la selva inexplorada.
Poco a poco la
estación científica fue perdiendo personal y vaciándose. Fue entonces
cuando Bronther, alarmado, tomo algunas de las láminas cristalinas y utilizo el transporte de
la expedición para ponerse en órbita del planeta y regresar a la tierra con su
tesoro.
Pasaron los años, y la biblioteca fue aparentemente
olvidada, pero finalmente llegaron a Moinn, más y más expediciones, atraídas
por la fascinación que la gente sentía por las extrañas láminas cristalinas que
Bronther había llevada a la capital del imperio.
La mayoría eran simple saqueadores, tomaban láminas de la
biblioteca de a miles y se las llevaban
vendiéndolas a grandes precios. De vez en cuando alguno de ellos tomaba en sus
manos una lámina y la contemplaba. Bastaba con unos pocos segundos para ser
transformado para siempre.
Piratas, contrabandistas, saqueadores, arqueólogos,
antropólogos, millonarios y demás llegaban al planeta por las maravillosas
tabletas. Las cargaban sin mirarlas en sus gigantescos transportes y salían a
venderlas por todo el imperio o a guardarlas en inmensas e inútiles
colecciones.
Millones llegaban a Moinn como peregrinos a tomar una de
laminas de cristal, a veces bastaba con caminar por la calle para encontrarse
con alguna tirada, pues aquellos que las utilizaban, minutos, horas, días o
meses finalmente las abandonaban en cualquier lado.
Pasaron los años, las décadas y finalmente casi en forma
imperceptible al principio, empezaron a llegar menos naves, la actividad
económica decreció en el imperio. En todos los planetas cundía la misma plaga,
la gente apenas si se preocupaba por comer o vestirse, pasaban las horas del día
tendidos al sol mirando el mar o las nubes, perdidos quien sabe en qué
pensamientos, recuerdos o elucubraciones.
Finalmente cesaron hasta los servicios más elementales y las
comunicaciones. Los vuelos interplanetarios se suspendieron y la expansión del
imperio cesó por completo. Nunca en toda la historia de la humanidad se había
dado una implosión tan completa y total. Todo rastro de tecnología desapareció
y el mismo paisaje se observó por todos los planetas del imperio.
Pasaban los años y nacían pocos niños, y los pocos que
nacían ya no eran humanos en el sentido tradicional, nacían transformados,
contemplativos e introspectivos como los padres.
Pasaron los años, y los Bree dejaron de huir de los humanos,
comían juntos a veces y observaban el cielo nocturno, pero nunca hablaban. Diez
mil años transcurrieron antes que los Bree y los humanos comenzaran a comunicarse.
Hablaban en el lenguaje compacto y complejo de los Bree.
-Ya los sabes- dijo el Bree-.
-Si- respondió el humano-.
-Si- respondió el humano-.
-Otras en cambio, abren las puertas al saber tecnológico y
la conquista del mundo material- dijo el humano-.
-Así es- continuó el Bree-. Hay algunas que sólo ofrecen
locura y destrucción.
-Lo aprendimos demasiado tarde- dijo el humano-. Pero ahora
sabemos, que cada biblioteca se encuentra cifrada. Puede ser en el dibujo de
una flor, en el reflejo de la luz sobre el mar, en una poesía o en un cuento.
Hay un sentido lúdico en la creación, en la imaginación, investigar es jugar.
Cada partícula del universo es una biblioteca, un misterio en cada libro.
-Si, como en “MCV”-dijo
el Bree, riéndose-. Quién diría, que el viejo poeta ciego tendría tanto sentido
del humor. Las láminas solo fueron una excusa un instrumento, reinician el cerebro,
abren las mentes, nos hacen libres. Jugando y viviendo libres creamos nuevas
bibliotecas, el proceso no tiene fin.
-El sueño de Ibn Tufail (1) e Ibn Bayyah (2)-dijeron juntos-, mirando el cielo que se reflejaba y
fragmentaba en millones de colores, en infinitas nuevas bibliotecas.
(1) Nacido en 1105, autor del Filósofo Autodidacta.
(2) Más conocido como Avempace, autor del Regimen del Solitario.
(1) Nacido en 1105, autor del Filósofo Autodidacta.
(2) Más conocido como Avempace, autor del Regimen del Solitario.
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