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miércoles, 10 de diciembre de 2014

MCV




MCV

“Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción”

Jorge Luis Borges

La Biblioteca de Babel

El descubrimiento del planeta selvático de Moinn, fue un acontecimiento en su momento. Localizado en el alejado sector 1594, era un  planeta que rivalizaba con las extintas regiones del Amazonas y el Congo con respecto a la biodiversidad. Afortunadamente los seres humanos, olvidan rápidamente y las noticias sobre el exuberante planeta recién descubierto fueron desapareciendo poco a poco de los medios de comunicación, después de todo sólo era otro planeta más incorporado al vasto imperio terrestre.

Los biólogos fueron los primeros en llegar a Moinn, y rápidamente descubrieron a los Bree. Los Bree eran parecidos a los perezosos de la tierra, pero con más pelaje y la misma cara sonriente. Inicialmente sólo se los vio como animales  muy mansos y  de movimientos  extremadamente lentos, raramente se los veía comer o realizar alguna otra actividad.  Gran parte del tiempo, descansaban en las ramas de los grandes árboles, generalmente cubiertos por algas, líquenes y hasta musgos que crecían sobre ellos.

Fue Gher Bronther, un especialista en comportamiento animal, quien especuló por primera vez sobre la inteligencia y el lenguaje de los Bree. Casi por accidente, vio que los Bree se comunicaban por breves pero muy complejos sonidos. Luego siguiéndolos, vio que era habitual que los bree utilizaran ramas para buscar insectos o al menos eso parecía. Los Bree, en realidad, dibujaban en el suelo arenoso pero cuando percibían a un ser humano en las inmediaciones borraban displicentemente lo que estaban haciendo.

Para Bronther era frustrante, los Bree sistemáticamente rechazaban cualquier tipo de comunicación con los seres humanos, se alejaban trepando a los arboles o nadando o andando siempre a su modo,  lentamente y con  enorme confianza.

Estas observaciones continuaron  durante meses sin demasiados avances, hasta que por pura casualidad Bronther persiguiendo a los Bree, a través de la selva profunda, encontró cubierta por la vegetación una gigantesca estructura de piedra aparentemente de gran antigüedad.

 Allí protegidos por campos y puertas herméticas se encontraba una inmensa “biblioteca”. Consistía de estancias circulares, exactamente cuatrocientas diez, interconectadas por pasillos luminosos. La entrada de cada estancia circular, estaba marcada con unas letras o tal vez números “MCV”,  nadie sabía que significaban y a pesar de diferentes hipótesis los investigadores no llegaban a ninguna conclusión definitiva sobre su significado.

Cuando los investigadores recorrieron la “biblioteca” no encontraron libros en  las estanterías circulares sino  miles de láminas cristalinas flexibles, cada  una resistente como el diamante y delgada como una hoja de papel. Debía de haber en la estructura millones de láminas y lo más interesante era que en el instante en el que una de las laminas era retirada, se materializaba otra lámina de igual material, de tal manera que el número total de láminas en las enormes estancias era siempre el mismo.
Una compleja red de energía, de una tecnología desconocida y más avanzada que todo lo que  la humanidad conocía abastecía a la enorme estructura.

Los investigadores, sabiamente, decidieron mantener esta información en secreto, ya que nada molesta más a los inquisidores imperiales que una amenaza a la posición de absoluta superioridad del hombre en el universo.

En cuanto a las láminas podían tomar diferentes colores, pero nadie sabía la razón y cuando uno las observaba, aparecía un símbolo o grafo, que cambiaba en pocos instantes aunque  no totalmente, era una ligera variación, como si se retroalimentara de la reacción del “lector”, luego en unos segundos volvía a cambiar. Este proceso de retroalimentación no tenía fin, y los símbolos no se repetían cuando un ser humano los observaba. Luego de unos minutos de observar las cambiantes y continuas transformaciones, el cerebro empezaba a interpretar lo que veía como patrones abstractos, o constelaciones o formulas matemáticas, algunos incluso recordaban su infancia en detalle, otros sufrían experiencias que sólo podrían definirse como “místicas”. También estaban aquellos que recordaban cosas largamente olvidadas, sabores, olores, música o la voz de una persona muerta hace tiempo. Cada uno encontraba en las láminas un disparador, una mecha que llevaba a encender nuestro cerebro de forma irreversible.

Todo esto hacia que la experiencia de “leer” en las láminas fuera casi hipnótica. Pero lo más extraño y perturbador eran los efectos posteriores a la lectura de las láminas. En primer lugar no se olvidaba nada de lo “aprehendido” y el cerebro continuaba trabajando en esos temas, llevando a largos y prolongados momentos de introspección y observación contemplativa. Era como si nuestra mente hubiera estado atrofiada largo tiempo y de pronto todo fuera claro, definido, resplandeciente y armonioso más allá de las palabras.

Al principio no llamó la atención que algunos de los investigadores abandonaran su trabajo en la “biblioteca” y pasaran cada vez más tiempo en la selva contemplando el cielo o los árboles o el río. Con el paso de los días, muchos de ellos no regresaron a la biblioteca de láminas y desaparecieron en la inmensidad de la selva inexplorada.
Poco a poco la  estación científica fue perdiendo personal y vaciándose. Fue entonces cuando Bronther, alarmado, tomo algunas de las  láminas cristalinas y utilizo el transporte de la expedición para ponerse en órbita del planeta y regresar a la tierra con su tesoro.

Pasaron los años, y la biblioteca fue aparentemente olvidada, pero finalmente llegaron a Moinn, más y más expediciones, atraídas por la fascinación que la gente sentía por las extrañas láminas cristalinas que Bronther había llevada a la capital del imperio.

La mayoría eran simple saqueadores, tomaban láminas de la biblioteca de a  miles y se las llevaban vendiéndolas a grandes precios. De vez en cuando alguno de ellos tomaba en sus manos una lámina y la contemplaba. Bastaba con unos pocos segundos para ser transformado para siempre.

Piratas, contrabandistas, saqueadores, arqueólogos, antropólogos, millonarios y demás llegaban al planeta por las maravillosas tabletas. Las cargaban sin mirarlas en sus gigantescos transportes y salían a venderlas por todo el imperio o a guardarlas en inmensas e inútiles colecciones.

Millones llegaban a Moinn como peregrinos a tomar una de laminas de cristal, a veces bastaba con caminar por la calle para encontrarse con alguna tirada, pues aquellos que las utilizaban, minutos, horas, días o meses finalmente las abandonaban en cualquier lado.

Pasaron los años, las décadas y finalmente casi en forma imperceptible al principio, empezaron a llegar menos naves, la actividad económica decreció en el imperio. En todos los planetas cundía la misma plaga, la gente apenas si se preocupaba por comer o vestirse, pasaban las horas del día tendidos al sol mirando el mar o las nubes, perdidos quien sabe en qué pensamientos, recuerdos o elucubraciones.

Finalmente cesaron hasta los servicios más elementales y las comunicaciones. Los vuelos interplanetarios se suspendieron y la expansión del imperio cesó por completo. Nunca en toda la historia de la humanidad se había dado una implosión tan completa y total. Todo rastro de tecnología desapareció y el mismo paisaje se observó por todos los planetas del imperio.

Pasaban los años y nacían pocos niños, y los pocos que nacían ya no eran humanos en el sentido tradicional, nacían transformados, contemplativos e introspectivos como los padres.

Pasaron los años, y los Bree dejaron de huir de los humanos, comían juntos a veces y observaban el cielo nocturno, pero nunca hablaban. Diez mil años transcurrieron antes que los Bree y los humanos comenzaran a comunicarse. Hablaban en el lenguaje compacto y complejo de los Bree.

-Ya los sabes- dijo el Bree-.

-Si- respondió el humano-.
-Cada mundo tiene infinitas bibliotecas, algunas dispensan dones como la sabiduría, la contemplación- dijo el bree-.
 
-Otras en cambio, abren las puertas al saber tecnológico y la conquista del mundo material- dijo el humano-.
-Así es- continuó el Bree-. Hay algunas que  sólo ofrecen locura y destrucción.
-Lo aprendimos demasiado tarde- dijo el humano-. Pero ahora sabemos, que cada biblioteca se encuentra cifrada. Puede ser en el dibujo de una flor, en el reflejo de la luz sobre el mar, en una poesía o en un cuento. Hay un sentido lúdico en la creación, en la imaginación, investigar es jugar. Cada partícula del universo es una biblioteca, un misterio en cada libro.
-Si,  como en “MCV”-dijo el Bree, riéndose-. Quién diría, que el viejo poeta ciego tendría tanto sentido del humor. Las láminas solo fueron una excusa un instrumento, reinician el cerebro, abren las mentes, nos hacen libres. Jugando y viviendo libres creamos nuevas bibliotecas, el proceso no tiene fin.
-El sueño de Ibn Tufail (1) e Ibn Bayyah (2)-dijeron juntos-, mirando el cielo que se reflejaba y fragmentaba en millones de colores, en infinitas nuevas bibliotecas. 

(1) Nacido en 1105, autor del Filósofo Autodidacta.
(2) Más conocido como Avempace, autor del Regimen del Solitario.

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