Canon circular
“Debes morir para aprender algo realmente
importante, aunque efímero individualmente,
es esencial a nivel del grupo una
especie de código tanatogénico, una gota de agua en el estanque”
Magnus Bolfort
Voy a vivir un
cuento, debo recordarlo.
Estoy leyendo un
cuento en este preciso momento.
Soy el portador
del hacha de sílex, soy el que guarda el fuego, el que da luz y calor, también defiendo la entrada a las cuevas donde
el fuego oscuro pero inmortal está en la
piedra. Allí en la piedra viviremos por siempre.
Por la noche nos
atacan, son más numerosos, son más fuertes. Toman el fuego de mi tribu todos
yacen muertos, blancos y fríos, sus ojos sin vida…ya pronto me reuniré con
ellos.
Antes de morir,
veo a lo lejos un resplandor extraño, más brillante que el sol, el calor es insoportable,
por un instante veo a alguien sentado bajo la sombra de un árbol, está quemado
y me mira.
En las sagradas murallas de Uruk, observo a
Gilgamesh, rey y mago. Yo soy un simple
soldado que lo observa con admiración y secreta envidia. Dicen que el rey busca
la vida eterna. Vana es su búsqueda, los dioses no permitirán que el hombre los
desafíe.
Pocos años
después muero en un rincón de la ciudad, viejo y solo, pero aún veo a Gilgamesh
cubierto con el manto de estrellas, joven como aquel lejano día en las
murallas.
Marchamos por
tierras desconocidas, acosados por los persas.
Juliano
el emperador que ha vuelto a los
antiguos dioses, marcha a la cabeza de
la columna seguro de
sus fuerzas.
Pero es inútil no hay vuelta atrás, los antiguos
dioses se han marchado. El remolino del tiempo
nos arrastra a todos.
Nos atacan en la
retaguardia, en su apuro por acudir a la batalla Juliano no lleva su armadura
y en la confusión de la lucha, una lanza se clava en su costado. Tal vez he sido
yo el que a traición ha herido de muerte al emperador, tal vez he sido yo el
inútil instrumento del tiempo.
La noche sin
luna presagia nuestra muerte. Estamos cerca de Adrianópolis, hace sólo unos días pasé la noche con una
bella mujer, pero hoy moriremos. Los godos nos rodean, el emperador yace muerto
en el medio del campo de batalla, tal vez sea el fin del imperio. Hemos
resistido y combatido durante más de un día, estoy herido igual que todos mis
camaradas, estamos rodeados de pilas de cadáveres no podemos escapar.
La caballería
goda, ataca con uno de sus jefes a la cabeza, es el fin, a último momento el
general Lucio salta fuera del grupo y con una lanza ataca la cabeza del jefe, que tira
violentamente de las riendas y cae estrepitosamente al suelo. Los godos se
desbandan y atacamos.
Lucio parece
Julio César, tal vez el emperador haya muerto pero quizá podamos retroceder,
escaparnos y guarecernos en las murallas de la ciudad. Siento que algo está fundamentalmente mal, en
ese instante Lucio cae abatido por una flecha. Mis manos sostienen un arco ¿Pero he
disparado la flecha?
La noche oculta los
muros, estamos en una ciudad, regida por
la Loba y Marte, corro con un grupo de soldados y abrimos las puertas, los
barbaros entran y comienza el saqueo. Todo es consumido por el fuego.
La galera se
hunde, estoy atrapado, mis pulmones se llenan de agua pero veo la Cruz de
Borgoña, vencedora en el golfo de Lepanto. He salvado a mi compañero, pero él
me ha abandonado, moriré en estas aguas. A último momento del fuego y el humo
surge un infiel, me ve pero no me deja morir, me ayuda, trata de liberarme, no
entiendo lo que dice ¿Pero cómo podría vivir sabiendo que me ha salvado un
monstruo? Mi salvador se derrumba, un puñal se ha clavado en su espalda. EL
agua ya me llena la garganta y las fosas nasales.
El tanque se
acerca, se escuchan imperativas las voces de los soldados. Estamos muy débiles para huir, hace meses que
sobrevivimos comiendo ratas y basura. Stalingrado está destruida se pelea en
cada calle y cada casa. Nunca me parecieron tan infantiles las descripciones
del infierno.
Nos han encontrado, moriré en este agujero con
mi familia. Tengo que distraerlos, tengo que alejarlos de mi esposa y los
niños, salgo corriendo, grito…el tanque se desvia, apunta sus ametralladoras,
dispara.
Camino por la ciudad, los años de la guerra han sido muy difíciles,
pero pronto terminará. EL templo está vacío, es el 6 de agosto de 1945.
Disfruto de la sombra del Ginkgo, en un instante todo es fuego. EL humo no me
deja ver nada, estoy quemado y sangrando, todo me da vueltas, cerca mio hay un
hombre muy extraño está herido, lleva pieles encima y un hacha de piedra, me
observa. EL ginkgo sobrevive, yo muero a los pocos días.
Gotas de lluvia,
sólo algunas gotas de lluvia, que se llevan y lavan todo, inclusive el hongo atómico.
He visto el
hongo maldito, en Marte y más allá en planetas aún no descubiertos, no
nombrados.
Estoy leyendo un
cuento, soy el lector pero también de cierta forma soy el protagonista, en
cierta forma también soy su autor. Solo debo morir para terminarlo, solo debo morir
para ingresar en él.
Estoy leyendo un
cuento en este preciso momento.
Voy a vivir un cuento
debo recordarlo.
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